Dulce delincuencia

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Un dulce olor inundaba el lugar, e Iwaizumi aun tenía el sabor de un trago frutal en la lengua. Las luces de colores daban un ambiente festivo pero sin mucho movimiento, que invitaba a quedarse mirando a las parejas bailar durante toda la noche. Hajime se sentía orgulloso de su elección, acostumbrado a bares de mala muerte con stripers decaidas. Admitía que valía la pena haber gastado unos pesos más en una noche como esa.
Entre la muchedumbre diviso varias ojos deseosos, algunos con sombras de colores y otros perfilados con gruesas cejas que lo admiraban con un intenso deseo. Decidió que un poco de coqueteo no le haría mal al alma y se levanto de su asiento buscando la mirada mas llamativa.

Se decanto por unos profundos ojos color caoba, acompañados por una débil sonrisa y una incipiente sensación de ya haberlo visto en algún lado.
Se acercó con un andar tranquilo y se apoyó en la barra.
--¿quieres un trago?-- pregunto arriesgandose a la primera. Si el muchacho decía que no, tendría que buscarse otro partido.
--solo si no me obligas a pagarlo-- comentó, dando a entender de que estaban del mismo "bando".

La noche paso como un delirio veloz. Los colores brillaban intensamente distorsionado la realidad. Cuando las canciones se volvieron mas lentas y las miradas mas oscuras, se empezaron a rozar. Primero con lo dedos y terminaron con los labios. Su aliento era calido y su piel suave como la seda. Su ropa estaba desgastada y al deshacerse  de ella, descubrió marcas profundas, antiguas, llenas de historias desconocidas. Las coloridas paredes del bar habían sido intercambiadas por las blancas del motel mas cercano. Iwaizumi se sintió con suerte, nunca había conocido un motel tan limpio.
En algún momento las caricias pasaron a algo más, los susurros y las mordidas se intensificaron, dejando marcas efímeras y escalofríos en el cuello.

Al despertar se sintió inmenso. Al verlo dormir se sintió pequeño. Su belleza de naturaleza exótica, lo deslumbraba aun mas de dia. Los rayos de luz se filtraban por la ventana sembrando oscuridades en su rostro. Se le ocurrió que si llegaba a tocarlo, se le esfumaria entre los dedos. Algo que sucedió segundos después de que el morocho habriera los ojos.

La puerta chocó contra la pared en un estruendo y logró oir el deslizar de las bisagras por el piso. Una voz gruesa clamó un nombre conocido -- Oikawa Tooru-- exigiendo los brazos en alto. Pero su compañero de cuatro no accedió tan dosilmente. Pegó un salto e intento pararse, pero las balas llovieron sobre el, igual que mis lágrimas en sus últimos momentos. Arrodillado al lado de la cama, ahogandome en un mundo de sangre, le observe con atención. El recuerdo de un diario y una gran advertencia. Un precio alto por la cabeza de un asesino y una foto en la que no se llegaba a apreciar su verdadera belleza, razón por lo que no pude reconocerlo.

Una mano le apretó con la intensidad para devolverlo a su mundo. Observo como abría con dificultad el ojo que le quedaba.
--fue... una buena noche--
Y suspiró su último aliento, en un cuarto, antes blanco, ahora atractivamente rojo.

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