Cuando me valla del camino

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Los mechones revoloteaban alrededor de su cabeza como culebras enardecidas. Le golpeaban la mejilla con fuerza, pero a el no le importaba. El crin del caballo era usualmente trenzado o cortado y Tooru sabia que la libertad se podía trasmitir en las cosas mas pequeñas, como unas trenzas desechas o una galopada por el campo a pelo.

Oikawa no podía permitirse una silla de montar, mucho menos un caballo. Ya bastante alucinante le resultaba que le dejaran sacarlos a pasear por el descampado de atrás. Pero eso no paraba a Iwaizumi de quejarse, recriminado que algún día terminaría en el piso a falta de un buen agarre.

Sin embargo ahí estaban todas las tardes, las caídas aun se podían contar con los dedos y de cualquier forma, Iwaizumi siempre estaría serca para ayudarlo.

Esa tarde en especial el calor era remarcable. La ventisca de una buena galopada podía hacerlo aceptable, pero Hajime se encontraba sentado a pleno rayo de sol. Las gotas se le acumulaban en la nunca y cada tanto se deslizaban por la espalda dándole cosquillas. El pasto le picaba en las piernas y no veía la hora de tirarse al estanque que se encontraba detrás del establo.

Pero ahí se encontraba, sudando como un cerdo, todos los días sin falta. Observado a su mejor amigo corretear a caballo por un campo abandonado. Ayudando a peinarlos y cepillarlos. De vez en cuando montaba junto a Oikawa, agarrado a su cintura con un leve miedo a caerse y un gran miedo a sonrojarse.

Exactamente tres horas de su día las gastaba en esta actividad. Que también coincidían con los años que pasaron en ese estancia de caballos, enamorandose.

Observar al joven muchacho le daba libertad, la misma libertad que Oikawa deseaba para sus queridos caballos. Hajime soñaba  con recibir una atención como la que Tooru les otorgaba.

Hace tres años y después de un par de meses de recelo, Oikawa con catorce años y de la mano de un joven Iwaizumi, se acercaron a la estancia de caballos. Destinada al cuidado y preparación de estos. Sin embargo, mas allá de las competencias de equitación, los animales eran mantenidos en sus establos sin la posibilidad de moverse adecuadamente.

A pesar de ser un mocoso (según Iwaizumi) Oikawa quedo indignado cuando el estanciero les comento que no podía sacar a pasear a los caballos el solo.
--Bastante que les limpio la mierda, nene. No me vengas--.

Hajime alucino cuando, después de unas semanas y un par de berrinches como "mira que te denuncio" o "llamo a Greenpeace y te rompen el orto" logró permiso de sacarlos a galopar mientras ayudará con la limpieza de los animales.

El obviamente venía incluido en el paquete, siempre lo estaba.
Eso le encantaba.

Primero se enamoró de sus sueños, como hablaba sobre liberarlos a todos, cuando sean mas grandes y puedan escapar a otro país. Iwaizumi siempre estaba en sus planes. Después de tantos roces de manos, miradas infinitas, cabalgatas de la cintura y charlas entre las luciérnagas. Estaba seguro de que había una razón por la que Oikawa lo incluía como si fueran uno. Pero era un misterio.

Sobretodo porque eran jóvenes, desinhibidos, confundidos. En ese entonces no sabían ponerle nombre pero les gustaba.
Ahora que ya eran adultos le habían encontrando uno pero les asustaba.
De la misma forma que les asustaba las distancias y las arañas.

La lejanía.
la pesadilla le sumbaba como una avispa dentro de las orejas.  Oikawa se dio un golpe de agua fría decidido a acomodarse el traje. Si ese era su ultimo baile, pensaba disfrutarlo.

Ya habían bailando antes. Dentro de los establos cuando ese viejo cascarrabias no los miraba y siempre terminaba con la espalda apretada al heno y unos labios apretados contra los suyos.  También habían bailado en la inmensidad del descampado, un lugar donde solo podías llegar a caballo, dejándoles disfrutar de una intimidad melosa. Manos entrelazadas y pecho contra pecho. Algunos pasos torpes por aquí, otros paso torpes por allá y un sonoro beso en la frente.

A pesar de que se había despedido de los caballos y del viejo, que había soltado una lagrima solitaria de una amistad de tres años. Deseaba con intensidad que este no fuera su ultimo baile. Deseaba con fervencia que la Universidad se le escurriera por los dedos como el agua fría. Deseaba poder volver a ese descampado suyo, a pesar de que todavía no se había ido. Porque no quería un último baile tan triste como ese.

Iwaizumi estaba precioso, el traje rentado le quedaba perfecto y el pelo a medio peinar aun mejor.

Tooru nunca conoció un mundo en el que Iwa-chan no existiera. Sus manos cálidas fueron las que lo guiaron por la vida y sus pies nunca dejaron de acompañarle a donde sea que valla.
Siempre lo apoyó, instruyó y reto. Por eso lo amaba.
Por los suaves golpes en la espalda, por esos abrazos cuando  lloraba y por esa mano extendida  que siempre le ayudo a levantarse.
Por nunca sentir celos de su pasión ni por pensar que apreciaba más a los caballos que a el. Porque para Oikawa eran tipos de amor diferentes y se hubiera destrozado intentando decidir.

Y por eso sentía que le fallaba. Iwaizumi siempre estuvo ahí y ahora le estaba abandonando. Porque siempre se supo que Iwa-chan terminaría en la panadería del pueblo junto con su padre y el seguiría  como ayudante en la estancia, solo que con un pago.

Pero no supo decirle no a sus padres, que exigían un abogado como sangre de virgen y olvidar sus sueños estaba incluido. Y a pesar de todo, Hajime nunca lo culpo.
Nisiquiera después de ese baile que no bailaron. Porque lo suyo era un secreto. Predestinados a las sillas fingiendo haber fallado en el amor.

A pesar de no recordar su ultimo beso, ni su ultimo roce de manos. Siempre recordaron esos tres preciosos años de dulces amoríos entre las hierbas.

Esperando que el tiempo corra. Esperando a que el mundo, aprenda a soportar sus sueños.

Mas Alla Del VoleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora