Última confesión I

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Quiero confesarte una cosa más.

Sólo por si no me da tiempo decirlo después.

Aunque no sé, cariño,

cómo decírtelo,

cómo describirlo,

por dónde comenzar.

¿Cómo hacerlo?

¿Diciendo que me encantas?

Supongo que puedo comenzar por eso,

diciendo que me encanta tu cabello;

tu cabello lacio,

que brilla demasiado.

Y continuaré con tus cejas;

tus cejas gruesas,

que nunca salen del camino delineado.

Puedo decirte,

una vez más,

lo mucho que me encanta

el café de tus ojos;

tus pequeños labios,

las formas que hay en tus lunares,

tus delicadas manos,

tus grandes mejillas

con su tenue color rosado.

Puedo continuar diciendo

que me encanta tu sonrisa;

tu sonrisa que me alegra los días,

tu risa extraña,

tus blancos dientes.

Me encanta tu delgada cintura,

tus delgadas piernas,

tu esbelta figura,

tus brazos tan frágiles,

tan pequeños,

que pareciera que van a romperse;

me encanta

tu cálido cuello,

tus marcadas clavículas,

tus pequeños senos,

tu firme vientre.

Me encanta de ti

tu forma de ser,

tu manera de pensar,

de dialogar,

de expresarte,

de actuar.

Me encanta incluso tu

inocente desconfianza,

tu singular indiferencia,

tus reclamos disimulados,

tu sinceridad al decir las cosas.

Aunque a veces duele, ¿sabes?

Podrías ser más sutil,

pero tu lengua devastadora

te hace hermosa. 

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