Última confesión III

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Me encanta tu cerebro;

me cautiva tu inteligencia,

me gusta tu ortografía,

tu gramática, tu léxico;

todo tu saber sobre arte

sobre cultura,

sobre ciencia.

Me agrada aprender más contigo;

que me enseñes cosas nuevas,

que me expliques lo que no sabía,

que me discutas lo que no coincidimos,

que complementes mis ideas.

También deberías saber que me enloquece,

en verdad que me enloquece,

que me abraces,

que me tomes de la mano,

que juegues con mi cabello,

que me beses.

¡Ay, mujer, cuando me besas!

Nada importa,

nada estorba,

nada duele;

siento una jauría en mi estómago,

una explosión de emociones en mi cabeza,

la sístole y la diástole en mi corazón;

siento al tiempo detenerse;

el paraíso en tu boca;

la vida y la muerte

juntas en tu lengua.

Vamos,

que, en resumidas cuentas,

¡tú me encantas,

me gustas,

me fascinas,

me enloqueces!

Me traes loco, mujer;

te pienso cuando leo,

cuando escribo;

te sueño cuando duermo

-también lo hago despierto-;

te recuerdo y te extraño siempre;

ya eres parte de mí,

te has vuelto mi mundo,

nunca sales de mi mente. 

Poemas de sobraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora