Capítulo 1

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- ¡Te lo digo niña! ¡Me visitó un conde!… jamás olvidaré su carruaje… ni su bigote… -suspiró diciendo la misma línea por cuarta vez en lo que iba de la hora. Verla en este estado después de todo lo que habíamos vivido juntas era simplemente desgarrador. Había venido a ver a mi madre diariamente desde que fue internada el mes pasado en esta institución de ayuda psiquiátrica. Ver como su mirada se perdía en los reflejos del sol que golpeaban el vidrio de la ventana era tan desolador como un día frio y gris después de un huracán.

 - Ven mamá; es hora de tu medicina. – Tomé su mano y la ayudé a ponerse de pie. Caminé con ella hasta el pequeño sofá de la habitación y encendí la televisión -¡Mira Gab! Están dando la telenovela. ¿Crees que soy más guapa que esa muchacha? Parece una colegiala…

- Sí mamá, eres mucho más bella que ella. –Me sonrió con satisfacción y siguió en su ardua tarea de criticar a los protagonistas.

Molí los medicamentos y los disolví en el único alimento decente que le daban en este lugar (si es que se le puede llamar alimento)… el jugo de manzanas se veía espeso y poco apetitoso, pero sin embargo a mi madre le encantaba –Deberías probar más productos naturales, son buenos para las caderas y para la fertilidad- Siempre me decía. No sabía si reír por sus comentarios o llorar porque la había perdido por completo. Su cuerpo y ese calor tan familiar que desprendía seguían aquí conmigo; pero su mente se encontraba totalmente dispersa.

Eran las cuatro de la tarde, lo que significaba hora de las inyecciones. Los gritos de los demás internos eran ahora opacados por el escándalo de mi madre. Sus crisis empeoraban con el tiempo, lo único que podía calmarla era un buen grupo de enfermeros fornidos y una buena dosis de sedante. La veía gritar, arañarse a si misma, jalarse el cabello y correr de una esquina a otra mientras lanzaba patadas y puñetazos al aire. Las lágrimas y la frustración no tardaban mucho en aparecer. ¿Qué podía hacer yo por ella? No tenía más opción que entrar al armario cada vez que las crisis se presentaban.

-Ya sabes que hacer Gab… pero ten cuidado, es peligrosa- dijo el enfermero antes de marcharse.

Mi madre se encontraba profundamente dormida. Sus muñecas y tobillos se encontraban atados en las esquinas de la cama para mantenerla inmóvil. Las yagas en esas regiones de su cuerpo ya habían dejado de ser novedad y en esto debía ayudar. Era mi misión curar las heridas de mi madre, tanto las auto-infligidas como las provocadas por las cuerdas que la mantenían sujeta. Acaricié su cabeza mientras la miraba…

–¿Gab? ¿Para qué es esto? –me preguntó minutos antes de que tuviese su segunda crisis durante su primera semana de estadía en el psiquiátrico-Lucen como esas cuerdas que vienen en las camas de sadomasoquismo- rió – Uff, ¿te imaginas que el doctor esté tan bueno y jodido como Grey? Aunque si es doctor… no creo que esté jodido… en ese caso podría ser cualquiera de los locos de aquí al que le guste jugar rudo-.

Mi mano se humedeció. Los recuerdos tristes me ahogaban… y ver como la sangre salía de su cuero cabelludo no ayudaba mucho que digamos. Ya se le había hecho costumbre arrancar mechones de su cabello. Enjugué mis lágrimas con mi antebrazo y seguí con mi tarea.

Necesitaba más banditas. Las últimas se habían terminado ayer y había olvidado reponerlas. Dejé la caja de primeros auxilios bajo la cama de mi inconsciente madre y salí de la habitación cerrando la puerta con delicadeza detrás de mí.

La luz artificial del pasillo me encegueció por un par de segundos y el aroma a desinfectante se metió por mi nariz creándome náuseas. Caminé por los largos pasillos blancos y pulcros en dirección al cuarto de insumos. A esta hora todos los internos deben estar sumidos en una especie de “coma inducido”. Era como caminar sola dentro de un cementerio de noche… la sensación era igual de aterradora. Desde luego no era un buen momento ni un buen lugar como para empezar a caer en paranoia, pero es que no podía evitar pensar en que lugares como estos habían sido la fuente de inspiración de muchos juegos y films de horror… ya saben… la típica turba de idiotas que se interna en un manicomio de noche… Tal vez aún estaba atardeciendo, pero eso no quita que el contexto sea prácticamente el mismo, o al menos eso me hace creer mi cabeza en este instante. Caminé por entre las habitaciones de los demás pacientes esperando llegar a la pequeña bodega, pero jamás la encontré. El frio sudor ya me recorría la espalda y se encargaba de mojar mi ropa. Todo era tan igual y monótono que no dudé en pensar que todo este tiempo había caminado en círculos.

TrappedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora