🌙• Introducción: Grave error.

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Andrew y Liz Hemmings contrajeron sagrado matrimonio llenos de gozo. La familia de los novios se encargó de preparar una grandiosa fiesta sorpresa para la hermosa pareja, ya que los esposos querían simplemente hacer una pequeña e íntima reunión familiar. Ambas familias no querían dejar pasar algo tan lindo y especial como la boda por debajo de la mesa, ellos pretendían botar la casa por la ventana.

—Creo que es algo exagerado, Andy —le susurró la rubia mujer mientras observaba meticulosamente todos los arreglos florales que estaban perfectamente ordenados en aquella fiesta. Su esposo la miró enternecido y esbozó una amorosa sonrisa.

—Tranquila, amor —dijo el rubio mientras entrelazaba sus dedos con los de Liz—. Hay que festejar, después de todo ya somos marido y mujer. ¿Eso no te emociona? —Andrew hizo una mueca. Le disgustaba saber que quizás su esposa no estaba cómoda con ese ambiente. Liz al ver la mirada tristona que le había dado su esposo mostró una sonrisa de labios cerrados. Ella siempre había sido una chica de cosas sencillas, tranquilas e íntimas, nunca le había gustado ir a fiestas porque la agobiaban.

—Ya, cariño, olvídalo. Sólo disfrutemos, ¿sí? —la joven rubia apretó ligeramente la mano de su amado y se dirigieron al alma de la fiesta.

Ya pasada aquella tarde de risas, felicidad, nostalgia, lágrimas, recuerdos de la juventud de ambos y mucha diversión, los recién casados se prepararon para irse a la habitación de aquel hotel cercano a la mejor playa de toda Australia. La madre de Andrew, la señora Mara Hemmings había reservado una semana completa en Flamingo Hotel. Ese lugar era el sueño de cualquier pareja, se realizaban masajes, fiestas todas las noches, cenas exclusivas, entre muchos detalles más. En pocas palabras, Liz no pudo estar más que agradecida, la había pasado de ensueño.

—¿Estás lista, amor? —Andrew, que se había cambiado de vestimenta a unos pantalones y camisa casuales, tomó las maletas y las guardó en el coche blanco con un inmenso lazo en el capó del día del matrimonio.

—Sí, Andy —Liz rebuscó en su cartera de manos la pequeña cámara de fotos instantáneas y le tomó una última foto al hotel antes de marcharse, capturaba el lugar en donde había pasado las mejores siete noches de su vida, guardó el pequeño aparato en su cartera, sacó las llaves de la casa en donde vivían, la cerró, asegurándose de tener orden en sus cosas y se subió al coche a la par del rubio—. Para siempre recordar este hermoso lugar —colocó la foto que había sacado hace unos momentos en el espejo que poseía el pequeño coche, y luego partieron a su destino.

Tras risas y caricias, mimos y besos pasaron una noche inolvidable.

🌙🌙🌙

Un año después.

—Liz, amor, por favor, abre la puerta —habló despacio Andrew mientras apoyaba sus manos en la madera de la puerta que lo separaba de su esposa, estaba tratando de ser lo más cuidadoso posible. Él sólo rogaba a que Liz, su adorada Liz abriese la puerta, aunque sea, para pasar juntos aquel trago amargo que le había deparado el destino.

—Quiero estar sola, por favor —dijo entre hipidos la rubia mujer que estaba sentada encima del inodoro.

Todo es mi culpa —pensó Liz.

Quizás si no hubiese insistido tanto nada de eso hubiera sucedido, pero ella estaba tan ansiosa y feliz, quería probar cosas nuevas, sentir cosas nuevas y hacer feliz a su Andrew. Quería comprobar eso de la maternidad, sin embargo, las cosas no siempre eran color de rosa, y ante tanta felicidad que había recibido ese año la vida ya le estaba pasando factura.

Liz había ido hacía ya tres meses atrás a una cita con su ginecóloga, ya que le extrañaba que en un año de matrimonio aún no hubiese salido embarazada, más de una vez se emocionó al notar un leve retraso en su período, pero al final siempre llegaba y Liz se entristecía. Un día se levantó decidida a ir con aquella doctora, le dijo a su esposo que la acompañara ese día tan lindo y fresco a su consulta, así que Andrew no dudó en ir, todo con tal de complacer a su pedazo de cielo. Al llegar al lugar, la doctora Anna Irwin la atendió con todo el placer del mundo, y Liz no pudo evitar encariñarse, la mujer era todo un amor, y le sorprendió más saber que esperaba un bebé, un lindo y saludable varón. Luego de unos exámenes a Anna se le caía la cara de pena y tristeza, consideraba a Liz como una maravillosa persona, y le dolía que la pobre mujer tuviera muy pocas posibilidades de salir embarazada.

La noche sin nombre 🌙 Muke.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora