Al salir del instituto y despedirme de mis amigos su presencia se puso encima mío ipso facto. Lo notaba a mi lado, sabía que estaba ahí y él sabía que yo conocía ese hecho. A pesar de morirme de ganas que se alejara de mi y me dejara en paz no podía gritárselo en ese momento, en medio de la calle, sin embargo, si que le susurré un par de cosas que para nada sirvieron, ya que hizo caso omiso sin pronunciarse. Seguía notando su fría y escalofriante aura a mi alrededor, calándome los huesos.
Al llegar a mi casa y comprobar que no había nadie en ella tras saludar y que nadie me respondiese, subí a mi habitación y cerré la puerta detrás de mi. Eché un largo y pesado suspiro. Me perseguía.
—Por favor, solo dime que quieres y vete—. Supliqué con fastidio y odio al aire.
—Ya te lo he dicho—. Me respondió su retumbante voz con eco.
Volví a suspirar antes de dirigirme a mi escritorio y sacar todos los libros de mi maleta para ponerlos encima junto a mi estuche. No habían puesto muchos deberes para mañana así que no tardaría mucho en terminarlos.
—¿Vas a hacerlo?—. Preguntó de repente su voz en mi oído provocando que saltara del susto en la silla de ruedas.
—Que no, pesado—. Respondí alargando las vocales dejando notar mi irritación. —¿No lo puede hacer otra persona?
—No, tienes que ser tú—. Afirmó aburrido de repetírmelo tantas veces. —Sabes que no te desharás de mi hasta que no lo hagas.
Esta conversación era un déjà vu, ya la habíamos tenido incontables veces desde que "apareció" en mi vida. Se podría decir que su hobby era pedirme la misma cosa día sí y día también sin descanso. A veces era insufrible porque terminábamos discutiendo y yo salía mal parada.
Así que para evitar un debate decidí coger mis cascos y ponerme música mientras realizaba mis deberes, ignorándolo y evadiendo el problema. Pero como siempre, las consecuencias caían sobre mi sin preocupaciones, y no pasaron muchos minutos, por no decir que no se había acabado de reproducir la canción que escuchaba y no llevaba ni la mitad del ejercicio de matemáticas, cuando mis cascos empezaron a emitir un pitido insoportable y molesto.
Me quité los aparatos rápidamente y me giré en la silla, enfadada y dispuesta a encarar aquel ente, o al menos a su retumbante voz.
Suspiré con ganas intentado controlarme para no mandarlo a la mierda.
—¿Qué quieres?—. Inquirí con el ceño fruncido.
—¿Qué quiero?—. Repreguntó burlesco con una pequeña risa.
Me estaba provocando, y lo hacía adrede.
—¿Eres un pesado de mierda, lo sabías?—. El desprecio se notaba en mis palabras, cosa que parecía traerle sin cuidado.
—Y tú una egoísta, que solo piensas en ti.
Su acusación me hizo daño, pues yo sabía a la perfección que eso no era verdad. Siempre estaba ofreciendo mi ayuda a mis amigas, incluso a personas que no conocía o me caían mal.
—¡Eso no es verdad!—. Me defendí cabreada.
—Entonces, ¿por qué no me ayudas?—. Dijo casi suplicando.
Simplemente, lo que me pedía era... Complicado.
Me quedé en silencio. No sabía que responder, intuía que cual fuera la excusa que le pusiese no le bastaría y no sería suficiente justificación. El silencio se volvió incómodo, estaba esperando.
—¡Llevas pidiéndome la misma puta cosa desde hace once meses, asume que no lo haré y lárgate!—. Acusé al aire con los brazos y levantándome de la silla.
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Intentos abortados de mis historias Creepypastas.
FanficHistorias que quise hacer largas y terminaron en One-Shots.