El Elegido

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Una tarde de julio, mientras  estaba caminando por el campo algo extraño sucedió. El cielo veraniego, azul durante la mayor parte del día ya no estaba. Ahora nubes grises con tonos negros se deslizaban sigilosamente provocando una serie de sensaciones en mi y a su vez a mi alrededor. El bosque del fondo se agitaba con violencia como si una terrible tormenta estuviera a punto de comenzar. Observé nuevamente el cielo: grandes nubes se chocaban entre sí lo que me pareció un increíble despropósito. Seguí observando; una roca que estaba a escasos metros me llamo la atención. Tenía algo que la hacía diferente a las demás, como si estuviera esperando por mi desde hace tiempo. Era una sensación extraña, esta me atraía como un imán. - Nada pierdo con ir allá, es una simple roca.- Me dije. Pero en ese momento un sentimiento de alerta me invadió, una advertencia sobre un inminente peligro. Mire de nuevo a la roca y quise volver. Caminé unos cuantos pasos alejándome de allí, pero me fue aplicada la ley de atracción. -¿Qué me pasa? ¿por qué estoy actuando así?-. Era obvio; un chico tan incrédulo como yo no le podían estar pasando este tipo de cosas. Pero, mi curiosidad innata fue superior, así que me fui acercando, observándola detalladamente sin notar lo que estaba pasando a mi alrededor.

El aire me agitaba con fuerza, pero un símbolo extraño sobre la roca llamó terriblemente mi atención e hice caso omiso a la situación. -¿Qué significa esto? ¿Quién lo habrá tallado? - Me pregunté. Al acercarme pude observar mejor: un gran círculo con una nube en la parte superior y dos huellas de pie claramente visibles en el centro. La adrenalina y rebeldía hicieron que deseara poner mis pies ahí. Sin pensarlo, salté sobre la roca y observando como el aire agitaba fuertemente los arboles a lo lejos, me posé sobre las huellas y todo fue confusión.

Un remolino se formó rápidamente al rededor de mi cuerpo a una velocidad sorprendente, impidiéndome salir. Me elevé varios metros e inconscientemente mis brazos se abrieron de par en par. Una pequeña ráfaga de viento se desprendió de la pared del tornado acercándose a mi en una especie de danza. Mi cuerpo se quedó sostenido a una altura suficiente, mientras el ciclón se hacía cada vez más grande. En ese momento una voz fue audible dentro de la tempestad. 

-Soy el señor de los cuatro elementos. Mi momento de partir ha llegado y es hora de darle mi poder a los elegidos por la madre tierra. Recibirás el poder del aire. La capacidad de dominarle, de destruir y construir. Manejar los vientos a lo largo del mundo, cruzar los mares con un simple movimiento de tu mano. Ayudar a las estaciones a cumplir sus ciclo normal: el escaso viento de verano, los fuertes vientos de otoño e invierno y la suave brisa de primavera. Es por eso que, ¡eres el elegido!.- En ese momento la pequeña ráfaga de viento se introdujo a través de mi boca causando una fría sensación en mi cuerpo, más exactamente en mis venas, donde burbujeantes bolas debajo de mi piel, viajaban directamente a mis manos. Al llegar esa especie de mutación a mis extremidades las sentí congeladas. En ese momento supe que hacer: puse mis manos sobre la pared del tornado y vi como este se iba disipando poco a poco. 

Comencé a descender. Sentí miedo. Toqué tierra y cerré mis ojos. No quería abrirlos, estaba abrumado de ver una terrible destrucción del lugar por culpa de actitud insensata.  Pero decidí ver. Poco a poco mis parpados se abrieron y quedé estupefacto de lo que vi: todo seguía exactamente igual, ni siquiera una hoja del árbol más cercano yacía en el suelo. El cielo azul como de costumbre en verano, mostraba las primeras estrellas de la noche.

Mi cabeza daba vueltas al compás de las palabras del maestro: aire, elegido, madre tierra, destrucción, estaciones.  Mis manos no estaban igual: gruesas venas de tono azulado eran notorias bajo la piel; esto me causó estupor. Observé una pequeña hoja sobre el césped. Una sonora carcajada salió de mi y dije: -¡qué estupidez! el poder del aire.- Hice un movimiento involuntario con mi mano derecha; la  hoja salió volando hasta perderse en el horizonte. La impresión me hizo caer. -¡Es imposible! ¡Esto no puede estar pasando! ¡Soy un fenómeno!

El regreso a casa fue el más largo que hubiera tenido en mi vida. El hecho de haber pasado por tantas cosas en tan pocos minutos me mareaba. Sentí miedo de mis manos, quería cortarlas. Miles de preguntas rondaban mi cabeza, pero no podía darles respuestas, aún no.

Al cruzar la colina pude ver mi pequeño pueblo. Nuevas preguntas me embargaban. El maestro dijo: eres uno de cuatro. -¿De cuatro? ¿Dónde están los otros tres? ¿Quienes son?- Mientras intentaba darle respuestas a estos interrogantes, vi como pequeños remolinos de viento levantaban las hojas secas de los frutales. Moví mi brazo derecho y estos se disiparon haciendo caer las hojas lentamente. Esto causo más repudio de mis manos.

EL ELEGIDO DEL AIREDonde viven las historias. Descúbrelo ahora