Demanda de la verdad
El vuelo fue sumamente incómodo y cansado, considerando que nuestros asientos eran de primera clase. Mi cuello me dolía insoportablemente junto con la cabeza, sin embargo, mi conclusión fue que me dolía no por el asiento o el vuelo, sino por el estrés de pensar tanto en nuestra seguridad. Lisa despertó justo al sobrevolar el país. Faltaba poco para aterrizar, y nos preparamos para hacerlo colocándonos nuestros cinturones.
Finalmente bajamos del avión, y una vez dentro del aeropuerto recogimos nuestras maletas y por supuesto a Mercury. Salimos del antedicho para tomar un taxi, de esos espaciosos en los que podría entrar perfectamente una familia de siete personas. Encontramos uno y subimos nuestras maletas. Se nos hizo complicado hablar con el sujeto, ya que por supuesto no nos entendía, sin embargo Lisa tuvo una idea; abrió en su teléfono la aplicación del traductor y grabó lo que le queríamos decir para que él lo escuchara en español, y de inmediato lo entendió.
Nos llevó a un lujoso hotel: Petit Palace Plaza España. Condujo por la ciudad, y esta era fantástica; tanto orden en sus calles y aseo que podrían captar la atención de cualquiera al considerarla una ciudad para pasar el resto de su vida.
En un momento pasamos por una calle, en la cual había muchas personas mirando un accidente entre dos autos. Se veía horrible; no había muertos, pero el ver a una mujer llorando desconsoladamente sobre el cuerpo del que podría ser su esposo me hizo estremecer. Después de varios minutos llegamos al hotel ya antes mencionado, éste era realmente increíble; lo lujoso mezclado con lo rústico le daban un toque hogareño al lugar. Me alegró saber que a Lisa le agradaba el hotel, entonces nos dirigimos a registrarnos sin más demora.
Caminamos por el lobby hasta la recepción, donde una mujer de unos cuarenta años aguardaba por clientes.
—¡Hola, Rebeca! —Me fijé en el pin de su camisa con el nombre en él—. ¿Tienes habitaciones disponibles? —grabé en el traductor para que la misma lo entendiera.
—¡Buenas tardes! No necesita el traductor, señor, hablo su idioma. Por supuesto; contamos con Suites o habitaciones simples. ¿Cuál de las dos opciones desean?
—Oh, que alegría, alguien que nos entiende. ¿Una Suite está bien? —Le pregunté a Lisa.
—No, basta de lujos, pidamos una habitación simple —respondió.
—Vaya... de acuerdo, una habitación simple está bien para mí —agregué.
—¿Habitación simple entonces?
—Sí —respondimos ambos.
—Muy bien, ¿y ustedes son el señor y la señora...?
—Sumpter —dijo Lisa.
—Mercer —dije yo.
La recepcionista estaba confundida. Lisa y yo nos vimos y reímos.
—Lo siento, es solo que llevamos poco tiempo de casados y no podemos acostumbrarnos a nuestros apellidos de casados. Es Mercer. —Le expliqué mintiendo como ya me era de costumbre, o bueno; como se nos hizo de costumbre.
—Oh, ya veo, están de luna de miel, ¿no, tortolitos? —preguntó curiosa.
—Sí, claro... de luna de miel, ¿verdad mi amor? —agregó Lisa pidiéndome un beso.
—Exactamente, amor mío —respondí dándole el beso.
—¡Dios mío! ¡Ustedes dos son tan tiernos! Ordenaré que les lleven una champaña a su habitación como cortesía del hotel —dijo ansiosa.
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Injusticia Divina ©
Teen FictionPublicada en físico por Editorial Círculo Rojo. James Mercer, un veterano de guerra convertido en asesino a sueldo, lleva las cicatrices de su pasado tanto física como emocionalmente. Su vida da un giro inesperado cuando recibe una misión de Beltra...