capitulo 15. vampiros

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Finalmente, me despertó la tenue luz de otro día nublado. Yacía con el brazo sobre los ojos, grogui y confuso. Algo, el atisbo de un sueño digno de recordar, pugnaba por abrirse paso en mi mente. Gemí y rodé sobre un costado esperando volver a dormirme. Y entonces lo acaecido el día anterior irrumpió en mi conciencia.

— ¡Oh!

Me senté tan deprisa que la cabeza me empezó a dar vueltas.

—Tu pelo parece un almiar, pero me gusta.

La voz serena procedía de la mecedora de la esquina.

—¡hoshi, te has quedado! —me regocijé y crucé el dormitorio para arrojarme irreflexivamente a su regazo. Me quedé helado, sorprendido por mi desenfrenado entusiasmo, en el instante en el que comprendí lo que había hecho. Alcé la vista, temeroso de haberme pasado de la raya, pero él se reía.

—Por supuesto —contestó, sorprendido, pero complacido de mi reacción. Me frotó la espalda con las manos.

Recosté con cuidado la cabeza sobre su hombro, inspirando el olor de su piel.

—Estaba convencido de que era un sueño.

—No eres tan creativo —se mofó.

—¡S.coups! —exclamé.

Volví a saltar de forma irreflexivo en cuanto me acordé de él y me dirigí hacia la puerta.

—Se marchó hace una hora... Después de volver a conectar los cables de la batería de tu coche, debería añadir. He de admitir cierta decepción. ¿Es todo lo que se le ocurre para detenerte si estuvieras decidido a irte?

Estuve reflexionando mientras me quedaba de pie, me moría de ganas de regresar junto a él, pero temí tener mal aliento.

—No sueles estar tan confundido por la mañana —advirtió.

Me tendió los brazos para que volviera. Una invitación casi irresistible.

—Necesito otro minuto humano —admití.

—Esperaré.

Me precipité hacia el baño sin reconocer mis emociones. No me conocía a mí mismo, ni por dentro ni por fuera. El rostro del espejo, con los ojos demasiado brillantes y unas manchas rojizas de fiebre en los pómulos, era prácticamente el de una desconocida. Después de cepillarme los dientes, me esforcé por alisar la caótica maraña que era mi pelo. Me eché agua fría sobre el rostro e intenté respirar con normalidad sin éxito evidente. Regresé a mi cuarto casi a la carrera.

Parecía un milagro que siguiera ahí, esperándome con los brazos tendidos para mí. Extendió la mano y mi corazón palpitó con inseguridad.

—Bienvenido otra vez —musitó, tomándome en brazos.

Me meció en silencio durante unos momentos, hasta que me percaté de que se había cambiado de ropa y llevaba el pelo liso.

—¡Te has ido! —le acusé mientras tocaba el cuello de su camiseta nueva.

—Difícilmente podía salir con las ropas que entré. ¿Qué pensarían los vecinos?

Hice un mohín.

—Has dormido profundamente, no me he perdido nada —sus ojos centellearon—. Empezaste a hablar en sueños muy pronto.

Gemí.

—¿Qué oíste?

Los ojos dorados se suavizaron.

—Dijiste que me querías.

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