Capítulo 1: Patas sucias

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—¡Largo de aquí, chucho de mierda!

La mujer llevaba una escoba en su mano y la agitaba de lado a lado. Su casa era un desastre ahora mismo, porque la tarta estaba regada por el suelo y el mantel de la mesa ya no estaba en la mesa, si no en el hocico del perro que escapaba a toda velocidad de ella.

Había intentado robarse el pollo, pero había fracasado. ¡Tan cerca!

El problema del animal, ahora, era que no podía soltar la tela porque se le había enganchado en su boca. Pero no era momento para intentar quitarla. Primero debía librarse de la mujer.

No tardó en dejarla atrás.

Sus patas gastadas y cansadas lo guiaron a un viejo callejón donde logró quitarse el mantel de los dientes. Estaba delgado, sucio y mal oliente. De esos perros que todos evitan en la calle porque se ven peligrosos.

Era tan solo un perro asustado y desconfiado. Lo peor era que dicha desconfianza venía de experiencias en la calle, con gente que en un comienzo había visto con buenos ojos.

Esa desconfianza se vio reforzada con cada día que pasaba, más aún en estos precisos momentos. Porque cuando pensó que todo había acabado, que la calma había llegado a su día, todo dio un gran giro.

Escuchó las voces de niños, pero realmente no les prestó atención hasta que fue demasiado tarde.

No confiaba en los humanos, pero en ocasiones olvidaba mantener su guardia en alto.

*

El Balneario era un bonito refugio en medio de la ajetreada ciudad. Un paraíso, un oasis. Un refugio para animales y, además, una bonita cafetería en la que los clientes podían interactuar con las mascotas —principalmente gatos— antes de decidir adoptarlos. Pero también habían perros, aves, roedores de distinto tipo. Si eran mansos y amigables, todos tenían su oportunidad.

Y los que no lo eran, tenían su oportunidad en la zona libre, no cafetería, del lugar, rodeados de árboles y naturaleza.

Su dueño, Rohan Walker, era un joven muy alegre, veterinario que había heredado la cafetería por parte de su padre y dado que era un edificio con un pintoresco patio interior, había decidido realizar un giro completo para reactivar nuevamente el flujo de caja y el ambiente. Había convertido ese patio abandonado en un lugar repleto de vida, donde ahora tenía a varios de sus animales que estaban disponibles para adopción. No solía tener demasiados a la vez, para que no estuvieran incómodos.

Luego de cuatro años de funcionamiento con el Balneario a su cargo, aún no se arrepentía de sus decisiones.

Jamás se había sentido tan feliz.

Caminaba de regreso a casa cuando escuchó el llanto. Era muy bajo, lastimero y pudo identificarlo como perteneciente a un perro. Preocupado empezó a seguirlo y no tardó en entrar al callejón más cercano y, sin miedos, se dedicó a remover las cajas en busca del animal.

Necesitaba encontrarlo antes de que oscureciera por completo o no podría verlo.

Lo que encontró le partió el alma.

En el suelo, el pelaje del perro parecía estar convertido en una dura y fría capa de concreto. Estaba tan mal, que en realidad, Rohan no podía siquiera distinguir cuál era su raza. No lograba ver sus rasgos ni ver su verdadero tono de pelaje.

El animal ni siquiera era capaz de moverse. Rohan lo comprobó porque no se resistió cuando este le cargó en brazos.

—Te pondrás bien.... —murmuró para el chucho mientras lo cargaba a la veterinaria cercana, donde solía trabajar turnos esporádicos cuando ellos necesitaban más personal. Antes ese lugar había sido su trabajo oficial, pero desde que su padre había fallecido, cooperaba con ellos de vez en cuando—. Yo te ayudaré, hermoso...

Quizás con un beso en Navidad [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora