I Apocalipsis: Fantasmas mutantes vs zombis

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Ángela

Cuando llevas toda tu vida viviendo un Infierno en la Tierra por culpa de los ángeles sagrados de Dios y has tenido una pequeña probada de lo que parece ser que es la Otra Vida.... no quieres morir. Yo no quería morir, pero vivir se hacía cada vez más difícil. Así que me quedaba el Reino de los Sueños... ¿verdad?

Mala suerte la mía, que era una mentalista y mis poderes consistían en poder meterme en la cabeza de los demás y leer todos sus pensamientos y sus recuerdos, incluso los más ocultos y recónditos. Había leído novelas de fantasía urbana donde la protagonista no podía tener sexo porque oía los pensamientos de los hombres y eso le mataba todo el placer y yo temía terriblemente que llegara ese día, pero no sabía si sería tan terrible para mí o si hallaría una forma mis poderes a mi favor, porque era completamente virgen. Sin embargo, ninguna novela que había leído me había preparado para lo que sucedía cuando me dormía y dejaba de tener sujeto el timón de mis poderes. Entonces, estos navegaban solos y se metían en las mentes de los demás.

Mis sueños solían estar hechos de los pensamientos de la gente que me rodeaba. Pero mi habitación se hallaba en un edificio lleno de mazmorras y seres que apenas dormían, pero que cuando lo hacían, soñaban con cosas tan increíbles como terribles. Había caminado por las calles de la Atlántida en su época de máximo esplendor, o al menos como Derain las recordaba. Había olido las flores de la Arcadia o al menos, como Tess las recordaba. Incluso, con todo mi rubor, había estado en una orgía en honor a la diosa del amor Bilquis en... ¿Etiopía? Por lo menos, en algún lugar de África, porque había muchos negros con sus cuerpos esbeltos de ébano en todo su esplendor. Por fortuna, Cupido ya le daba mucho a la bebida en ese entonces y esos sueños estaban bastante borrosos para mí. Aunque los más bizarros sin lugar a dudas eran los de Liam y le rezaba a un dios en el que no creía pidiéndole que él no se enterara nunca de que había estado con él en su gira con esos grupos de rock que le fascinaban o a saber qué me haría; probablemente me extirparía el cerebro con una cuchara.

Pero no eran siempre sueños agradables ni fascinantes, había mucho dolor y soledad en las vidas de estos seres y todos habían tenido que hacer cosas terribles. Y el asunto del descontrol de mis poderes se puso peor. Por lo visto, los objetos se ponían a dar vueltas y creaba un caos espantoso. Así que tuve que empezar a dormir con un pequeño colgante de hierro que anulaba mis poderes y me producía una jaqueca terrible. Ya no soñaba ni los objetos montaban un maremágnum, pero así no podía descansar bien.

Entonces, la solución divina por la que tanto había estado rogando me llegó, cómo no, a través de la Cosmo. En el número de ese mes venía de regalo un atrapasueños. Era de plástico rosa, nada de madera de sauce como debían ser los originales, pero la historia que venía explicada en la revista me fascinó.

El aro representa la rueda de la vida. La malla o la red, son los sueños, anhelos e ilusiones que vamos tejiendo en el alma y el movimiento de nuestros actos diarios y, también, en el Tiempo de los Sueños. En el centro está el vacío, el espíritu creador o el "Gran misterio". El Tiempo de los Sueños está compuesto tanto de buenas energías, como de malas, sin embargo, según los objigwa —que fueron quienes empezaron a comercializar estos atrapasueños en los años 60— la gran mujer araña Asibikaashi vela por cada ser vivo y es por eso que teje su tela de araña y devora las malas energías.

Desde que dormía con Asibikaashi, ¡ya no tenía pesadillas ni mis poderes se descontrolaban! Es más, solía soñar con Brad Pitt y otros actores guapos y me costaba mucho querer despertarme todos los días para ir a la universidad o tener que hacer de secretaria de los torturadores alados que me tenían captiva.

Entonces, si Asibikaashi me protegía, ¿qué pasó aquella noche?

En principio, todo iba bien. Brad Pitt me estaba llevando al estreno de Tentación en Manhattan, cuando las luces de la sala se apagaron y la película que empezó a reproducirse no tenía nada que ver con la comedia romántica que me ilusionaba visionar. Más bien parecía una película histórica, pues todos los actores vestían como con túnicas y sandalias anticuadas y súper pasadas de moda. Eso sí, los decorados eran maravillosos. Se hallaban como en un palacio o templo antiguo de mármol tricolor y no se notaba en absoluto el cartón-piedra. Fui a mirar a mi acompañante en busca de una explicación, pero a mi lado ya no estaba sentado Brad Pitt, sino una figura misteriosa cuyo rostro no alcanzaba a distinguir en la oscuridad de la sala.

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⏰ Última actualización: Jul 30, 2019 ⏰

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