Llovía en la Toscana y el agua caía sobre el mar con un estruendo que le parecía extrañamente tranquilizador. Lo que más le gustaba de la lluvia en el mar eran los truenos y los relámpagos en el horizonte que parecían maldiciones de un Dios enojado, o al menos eso creía Tess, que miraba todo desde una galería.
Lo cierto era que no podía decir si Dios maldecía con truenos y castigaba con tormentas que arrasaban ciudades, pero eso le habían contado de él y nunca desconfió de esa verdad; ella nunca desconfiaba ni dudaba. Hacía todo como se le ordenaba y sin chistar, así que allí estaba, en Italia, en casa de los Marchesi, que les rezaban a la santa Inquisición y a cambio, la Inquisición bendecía sus casas y ponía hechizos para que ninguna bestia se acercara. El cirio blanco brillaba en la sala, faltaban horas para que se consumiera por completo y Tess miró la tormenta, salvaje e idómita, libre de leyes, ignorante de guerras, como un potro cabalgando invicto en la pradera.
Ojalá lloviera toda la noche, pensó... Ojalá diluviara y que el aquella casa se convirtiera en una isla donde solo pudiera estar ella. Tenía ganas de estar sola, llevaba muchas noches sin dormir, pero lo prefería, pues últimamente cuando dormía, soñaba... y en su sueño siempre estaba en una playa de arena blanca, hecha de sal. Soñaba también que estaba sola en un planeta sin tiempo donde solo había un manzano y una serpiente, o con la mar embravecida vista desde una comarca en la que buscaba lugares y personas que no sabía encontrar.
Era la primera vez que le asignaban esa tarea y también era la primera vez que estaba en una casa de humanos. Tenían pinturas de santos y objetos de la familia compuestos por los distinguidos padres y sus hijos gemelos. Tess miró los diplomas y distinciones académicas y deportivas, ambos parecían destacar bastante, pero Leonardo sobresalía en más actividades. ¿Sería él? ¿Se convertiría en monje? Al menos eso prometían sus padres.Tess no supo por qué, pero se sintió desconcertada ante aquella tormenta de afuera y el viento que besaba al cirio y dejaba a media luz el nombre tallado en bronce de aquel muchacho desconocido.
Y Tess se lo imaginó alto y elegante, pensó que había tanto tiempo perdido en ella, tanto tiempo en medio de ese día que se empezó a creerse intelectual y capaz de entender y hoy, que tiene la certeza absoluta de que no puede y jamás podría dilucidar tanta hermosura terrenal.Un rayo cayó en la costa. La sonrisa imaginaria de Leo Marchesi fue lo último en lo que pensó antes de que la llama se apagara y pensara absurdamente en él convertido en monje y en él, en algún lugar que ella no sabía decir, ignorante y feliz.
Pensó absurdamente en Leo sin saber que no eran más que dos puntos en un universo infinito e incierto, dos coordenadas inconexas, dos extraños, dos fichas esperando el efecto dominó.----------
Escrito por MonyVillarruel
Editado por Lux
ESTÁS LEYENDO
Donde Dios dejó su videocámara: La Inquisición
FantasiDesde que un día, sin dignarse a dar ninguna clase de aviso, Dios desapareció, el mundo anda un poco revuelto (más de lo habitual). Los ángeles llevan miles de años persiguiendo y dando caza a los nefilim, híbridos mitad ángeles y mitad humanos con...