Prólogo.

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Esta historia comienza un 23 de junio de 2013, y yo, Alicia, te lo contaré todo desde el principio.

Eran los primeros días del verano. Relucientes destellos de luz entraban por mi ventana y atravesaban la cortina de seda azul que me había comprado mi abuela. Realmente, era un día perfecto para ir a la playa, pero, obviamente yo no tenía pensado ir. Nunca iba. Con tan solo 15 años era la persona más acomplejada que te podías encontrar, odiaba desde arriba hasta abajo todo de mí, y aunque a veces me intentaba engañar a mí misma de que quizá no estaba tan mal, no lo conseguía. Nunca había sido una chica delgada y mucho menos me sentía guapa, porque al lado de cualquiera,  no era nada, o así creía yo.

 Al contrario de cualquier otra persona de la Tierra, para mi el verano era la peor época del año, pues no había ropa con la que me sintiera bien y me pasaba casi todas las vacaciones en casa.

Mi verdadera obsesión sobre el físico, mi físico, había comenzado con 13 años, cuando al instituto vino una chica contando su historia sobre la anorexia, pero, antes de esto, no me importaba nada, ni si quiera en la escuela recibía algún tipo de maltrato pscicológico sobre mi cuerpo, que yo recuerde. Quizá si algún tipo de comentario de cualquier estúpido, pero nada con verdadera importancia.

Una tarde como cualquier otra, mis amigas y yo salimos a dar un paseo, y a pesar del calor, yo iba bastante tapada. Recuerdo perfectamente a tres chicas sentadas en un banco, con unos pantalones muy cortos, demasiado, y unas camisas por las que si levantaban un poco los brazos, se vería perfectamente el sujetador. Eran preciosas, y tenían un cuerpo espectacular. ¿Por qué no podía ser yo así? Miles de palabras dolorosas rondaban en mi cabeza y mis ganas de llegar a casa aumentaban por momentos, entonces fingí.

-Mi madre me ha mandado un mensaje, tengo que volver a casa ya - dije mirando a mi móvil.

-¿Ya? Que pronto...- hablaban sin importancia ellas.

Y volví a casa, casi corriendo. Estaba sola, y mi mente no paraba de darme pellizcos con cada una de esas frases que, en el fondo, eran verdad. "Estás gorda, das asco, mátate..."

Y parecía increíble, pero todo eso me lo decía yo, a mi misma. Corrí a la cocina y cogí toda la comida basura que había: galletas, chocolates...todo, y empecé a deborar.

Mientras lloraba. De dolor, de no poder ser como aquellas tres chicas con sus bonitos cuerpos.

 

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