Uno, dos

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Uno

El eco de las risas resuena en las paredes sucias. De pronto uno grita y los demás estallan también en alaridos histéricos. Viento otoñal. Los árboles se estremecen y las hojas crujientes, muertas, vuelan para adentrarse por los cristales rotos. Silencio. Vuelven a reír. Entre las sombras y el polvo, los tres gatos giran. Ella todavía trae pegado el cartón en la lengua fría y adormecida. Baila seductora con los brazos extendidos. Ratas cazadas. Basura. Grafiti en la pared. Eso nosotros no podemos distinguirlo, pero ellos sí. Se revuelcan gustosos en la mierda, la revuelven con alcohol. ¡Una casa abandonada es el mejor lugar para el aquelarre!

De pronto, un ruido. Guardan silencio. Arrejuntan sus cuerpos flacos y flexibles. Leon coloca una pata en el hocico de Bonnie. Duncan se mantiene expectante. Una linterna los alumbra. Es la maldita policía que los encuentra in fraganti. Los tres pares de ojos ámbar que resplandecen en la negrura ven hacia múltiples direcciones como borlas que rebotan, y en un parpadear corren esparcidos con todo y colas, maullando de susto.

Estos putos vagos...

Dos

Bonnie bonita camina por las calles de regreso al agujero. Cojea de la patita derecha porque resultó herida en la huida salvaje de la noche anterior. Se enterró un cristal y Duncan tuvo que vendarla con todo y sus secuelas de salpullido alérgico. Uno mandón y el otro lleno de ronchas, Bonnie se vio obligada a salir por la merienda. Lleva dos cajas de leche y algunas latas de atún en una bolsa blanca y frágil que puede romperse en cualquier momento... igual que ella.

De silueta estilizada, cubre el esqueleto con un vestido café floreado. Encima, la chamarra verde de Leon y botas que combinan con el vestido. Rímel corrido, labial reseco, garras rojas descascaradas y una bufanda que oculta sus belfos en contra del viento gélido. Cada ráfaga que estremece su cuerpo eriza los vellos de su lomo morisco. Ah, el pelo abundante y rizado teñido de naranja vuela. Ella pelea con él, que se le pega en la boca y le pica los ojos.

Entonces, en un poste, se mira. Un aviso reza: «Se busca». Incluye su fotografía y el número para llamar al infierno. Bonnie bonita se horroriza, chilla y cubre su nariz para que no la reconozcan. Tres meses saliendo con los bastardos y dos que se fugó de casa. Para ser una hembra de diecisiete años, resultó ser muy callejera. Ingrata, dirían sus dueños.

Y con la cola electrizada, sube escaleras de edificios roídos para finalmente refugiarse en su madriguera.

A veces somos gatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora