El mejor regalo

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Ah navidad, una hermosa época donde el aire solidario se puede respirar en todas partes, donde los árboles se decoran de múltiples colores haciéndote sentir la vitalidad de la llegada de diciembre y donde las personas sonríen solo al pensar en la cercanía de aquel mágico día que todos esperan aunque sea inconscientemente...ah...y pensar que sería la última navidad del pobre ayudante de santa "Bokuto Kotarou".

Pero lo mejor será que comencemos la historia desde antes de este imprevisto problema, cuando aquel ayudante de cabellos bicolores y radiantes ojos ámbar aún era solo un pequeño niño, si es que se le puede catalogar desde un ángulo humano, puesto que los ayudantes de santa, si bien no son los tan famosos duendecillos de baja estatura y ropa a rayas, tampoco tienen una apariencia al 100% humana. La diferencia radica, principalmente, en sus afiladas orejas y la luminosidad de sus ojos, consecuencia de su alma amable.

Sin embargo, volviendo a lo que estábamos, en aquel entonces a Bokuto le encantaba acompañar a su padre en su trabajo como uno de los más importantes ayudantes de santa, siendo uno de los pocos con el permiso especial de viajar al tan renombrado "mundo de los humanos" para supervisar que todos los regalos hayan llegado a sus respectivos dueños.

Realmente se divertía sosteniéndose de la mano de su padre mientras el trineo los elevaba sobre toda una nueva realidad muy llamativa para sus jóvenes ojos. Lo primero que llamaba su atención y nunca se apartaba de su memoria eran, definitivamente, aquella combinación de luces de múltiples colores que decoraba lugar en que posaba su vista. Los humanos, más que cualquier otro sentimiento, le causaban una tremenda curiosidad al ver cómo no quedaban embelesados como él con la hermosura de los paisajes navideños sino que simplemente seguían caminando.

Fue aquella navidad en especial que sus ojos se encontraron por casualidad con un chico de desordenadas hebras azabaches retenidas por un sobrio gorro de invierno que, al igual que él, tenía la mirada perdida en una de las grandes decoraciones del centro de la ciudad.

Le pareció escuchar que su padre le estaba diciendo algo sobre sujetarse bien para no caer, puesto que pronto el viento empezaría a tirar con mayor fuerza, sin embargo solo alcanzó a soltar un "¿eh?", antes de que sus pies trastabillaran y terminara cayendo cual bola de nieve sobre el suelo níveo del centro de la ciudad.

—¿Te encuentras bien?— Escuchó que le preguntaban fuera de la trampa de nieve con la que estaba batallando para volver a respirar.

Al sacar la cabeza se topó con unos ojos que le producían la sensación del triple ¡no! el quíntuple de los cascabeles en el estómago que le hacían sentir las luces navideñas y, aún con el mareo de la caída, hacía rápidos gestos tratando de explicarse.

"Recuerda las cosas sobre humanos que tu mamá siempre te cuenta, Kotarou" Se repetía en su cabeza con el nerviosismo a flor de piel al tener a aquel niño de ojos tan bellos mirándolo fijamente.

—¿Y-yo? M-mi bien estar...hum...¿galletas?— Terminó por ofrecerle la pequeña bolsa que había recibido de su madre tiempo atrás mientras su rostro se ponía completamente rojo.

El azabache lo quedó mirando extrañado unos segundos para después soltar una suave carcajada.

—Claro— Dijo por respuesta tomando la bolsa de galletas que se le ofrecía.

Unos murmullos de la gente alrededor hicieron percatarse al pequeño ayudante de santa que, al parecer, el chico de ojos mágicos no había sido el único en darse cuenta de su caída, por lo que se tapó las orejas puntiagudas en un vano intento de no ser descubierto. Sin embargo, esto fue sustituido pronto por la sensación de una cálida tela sobre su cabeza y unas manos tomando las suyas con seguridad. Él no entendía mucho pero, de alguna manera, la mano de aquel chico le daba la confianza de seguirlo a cualquier parte.

Búhos en NavidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora