No para de llover. Las calles están completamente mojadas, parecen grandes ríos que dividen la ciudad. Se escuchan las gotas golpear con fuerza la ventana de la habitación y despiertan a Amy, mi bebé nacida hace apenas dos semanas.
Siempre le he temido a la lluvia, un miedo increíble que comenzó cuando era pequeña. Un veintiocho de agosto, mientras el goteo era intenso y se quebraban ramas de los árboles, en una cama de hospital, mi madre agonizaba. Una enfermedad fulminante, ni siquiera recuerdo su nombre, simplemente su sangre empezaba a coagularse de forma acelerada y su cerebro entraba en un limbo (empezó a tener lagunas mentales). Yo, una niña indefensa que debía recoger los desechos de su cuerpo a diario y tirarlos por el inodoro, tan solo tenía doce años; era débil, flacucha y bastante asquienta, debo admitir que varias veces vomité en el mismo cesto.
Considero que una correcta descripción de mi vida sería como mirar desde un faro una lancha pequeña, bastante lejana, se sacude con una fuerza brutal. De pronto, llega una ola que la golpea con mucha fuerza y es ahí donde el pescador que trata de acercarse a la playa piensa que su hora de morir está cerca. Esa fue la primera ola que golpeó mi vida.
Un treinta de abril, diez años más tarde. Otro día en el que los pronósticos del clima atinaron y alrededor de las cuatro de la tarde, las nubes empezaron a chorrear. Esta vez, mi hermana Valeria se encontraba saliendo de la oficina con rumbo a mi hogar. El auto había estado en perfectas condiciones, al menos eso expresó la policía en su reporte, pero el asfalto mojado habría provocado que las llantas resbalen y en tan solo segundos me la arrebataron. Estampada contra un poste de electricidad. Recodarlo me eriza la piel. Mi cabeza automáticamente viaja a ese instante en el que estaba marcando el teléfono en busca de respuestas, eran las siete de la noche, ella ya debía haber llegado. El balde de agua fría llegó como al décimo intento, cuando alguien decidió contestar.
—Buenas noches, ¿usted es la hermana? —dijo una voz de hombre, que parecía firme, pero en ese momento estaba quebrándose, dar una noticia así no es sencillo ni para el agente más preparado de la academia.
—Lo soy... —respondí, a pesar de ya saberlo. Mi corazón no mentía. El mismo latido que tuve el día que mi madre tomó mi mano y lanzó un último suspiro.
Toc, toc... sí, es el olor a muerte. No es necesario que conozcas el resto de la conversación, de seguro lo imaginas. Sí, así fue. Un grito. Una frase motivacional. El sonido que daba por terminada la llamada.
¿Recuerdas la lancha? Otra ola más la golpea y empieza a debilitarse, el pescador en el interior trata de sacar con las manos el agua que está empezando a hundirla. Lucha, sigue, no se rinde.
Bien, ahora el último día lluvioso que traumó mi vida. Un seis de mayo, seis días después de lo sucedido con mi hermana. El cielo se partía en dos, los rayos electrificaban la velada. Ese día recuerdo que las gotas eran más gruesas, más pesadas. La última persona que quería con todo mi corazón, la última persona en quien podía confiar, arrebatada por la maldita lluvia. Ese día, mi padre se pega un balazo en la sien izquierda. Recuerdo haber ido a su casa para saber cómo se encontraba poco tiempo después de la pérdida, nadie respondía a los golpes de la puerta (iba casi veinte minutos golpeando, el corazón nuevamente empezó a sentirse extraño), así que traté de entrar por la ventana y lo logré luego de un golpe en la cabeza. En el interior, mi sentimiento volvió a hacerse realidad, un festín de sesos que coloreaba la pared detrás de la cama, olor a pólvora, unos pies pálidos, una pistola en la mano izquierda y una carta en la derecha.
No recuerdo en su totalidad que decía ese papel amarillento, pero todo se basaba en tristeza por perder a su mujer hace unos años y a su hija mayor hace unos días, me pedía disculpas por lo que cometía y firmaba justo debajo de una frase que me atormentó en pesadillas por meses: la muerte estuvo acompañándome toda la velada.
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La Lluvia [Historia corta]
TerrorCuando la lluvia se apodera del cielo nada bueno trae. Los recuerdos de un pasado tormentoso invaden mi mente, me erizan la piel, me causan náuseas y mareos. Esta vez no es la excepción. La lluvia viene por mí nuevamente.