Relato 1: Susurros en la oscuridad

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Esta historia toma los personajes secuandarios de la novela La Miserable Compañía del Amor, sin embargo no es necesario haber leído dicha historia para comprender esta. Son relatos completamente independientes.

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«Te quiero tanto que puedo saborearlo»

Exit wounds - Placebo

En la vida de Salomón pasaban muchas cosas, tantas que solía ignorar a unas y prestar atención a otras, pero en general había visto un poco de todo

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En la vida de Salomón pasaban muchas cosas, tantas que solía ignorar a unas y prestar atención a otras, pero en general había visto un poco de todo. Y en su corta vida había visto pendejadas y gente pendeja. Un ejemplo era Javier; un chico de veintitantos años que se tiñó  el cabello de naranja para verse más "atractivo"

Salomón no había visto ser más pendejo que ese.

Lo veía pasar cada día en frente del taller; con su cabello estridente, sus ojos verdes y esos pantalones tan ajustados que usaba. La razón por la que Javier, alias la zanahoria, pasaba por allí era por su jefe. Sí, Salomón sabía que Javier era marica. No era algo difícil de adivinar si observabas al muchacho, es decir, se había teñido el cabello de un color muy raro, cuando caminaba contorneaba mucho las caderas, seduciendo, y usaba un aro en el ombligo, lugar donde ningún hombre se hubiese puesto uno.

Aunque bueno, Javier tenía piercing por todas partes: en la ceja izquierda, en la nariz, en la lengua, en la comisura de la boca, y muchísimos más en la oreja.

Y si con todo eso no adivinabas que era marica, te lo decía su lenguaje corporal; su forma tan afeminada de caminar, la manera de llevarse la mano a la boca, el modo de hablar tan incitador. Y eso no era todo, el chico era muy regalado, siempre sonriendo coquetamente a todo hombre atractivo que pasaba frente a sus ojos, y vistiéndose con ropa tan ajustada para verse "atractivo". Pero no, atractivo no era la palabra correcta. Él se vestía para verse delicioso y eso se justificaba porque Javier era puto.

Salomón lo había visto en más de una ocasión pararse en la esquina y asomarse por la ventana de los autos que se detenían frente a él. Lo vió  sonreír de manera insinuante, coquetear con los conductores y negociar tarifas de servicios. Si no llegaban a un acuerdo, el auto se marchaba y Javier esperaba su próximo cliente. Si por el contrario, llegaban a ponerse de acuerdo, Javier se subía y se iba.

"Es una zorra" pensaba cada vez que lo veía asar tan acaramelado frente al taller.

Y justo eso pensó cuando lo vio entrar al taller de mecánica, allí donde reparaban autos y todo olía a gasolina y grasa. Pero Salomón no lo veía del todo porque se encontraba debajo de un auto, reparando algunas cosas, sin embargo, reconocía a lo lejos esos zapatos y esa forma de caminar.

—¿Dónde está mi amor? —preguntó con esa voz tan melosa que solía detestar

—Ya te he dicho que no me digas mi amor —replicó Cesar, su jefe, con mala leche.

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