Relato 4: La Telaraña De La Vida

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«No te vayas y me abandones. Por favor, no me dejes a ciegas»

Blind - Placebo

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La Telaraña De La Vida

Era prostituto y lo visitaban toda clase de monstruos.

Pero Salomón no era un monstruo. Era su cliente favorito aun cuando lo negase en voz alta. Era un chico joven y guapo, con el cabello negro como ébano y los ojos profundos como el mar a media noche. Era capaz de calentarlo con tan solo una mirada. Pero era menor de edad y era el hijo del hombre con quien tenía una relación "romántica"

Daba igual porque Cesar sólo le interesaba joder con él y Javier, quien era un experto en las artes del placer, se dejaba doblegar por su voluntad y por su pene, por supuesto. No había nada más en este mundo que le blanqueara la mente como ese hombre enterrando su virilidad en su interior. Lo hacia justo en ese momento, le alzaba la pierna y la apoyaba sobre su hombro para tener acceso a su trasero y arremetía y arremetía sin piedad.

Y Javier sólo gemía con gusto, notando su propia excitación friccionarse contra la piel del otro hombre. Cerraba los ojos, abría la boca y disfrutaba de esta violencia tan cotidiana. Era tan normal para él vivir de ese modo...

Sonrió con sorna mientras veía a Cesar apoyarse de rodillas en la cama y separarle los glúteos, sosteniendo cada nalga en cada una de sus manos para abrirle más. Javier sentía como enterraba sus dedos en su piel y como su pene abría paso entre su carne lujuriosa como una forja de hierro, caliente y punzante que dejaba doliendo su interior. Apretó la sabana con su mano hecha puño notando como el sudor le emborronaba la vista y entonces pasó que ya no era Cesar quien lo penetraba. La imagen había sido cambiada y reemplazada por la silueta de Salomón. Volvió a sonreír, esta vez con amargura, advirtiendo que su mente le jugaba una mala pasada.

Más tarde, cuando ya se había venido y Cesar se había dormido como el cerdo que era, Javier salió de la habitación y fue a bañarse. Ya eran las once de la noche y debía estar en el burdel para su trabajo nocturno. Y una vez limpio y seco, se miró en el espejo del baño y se colocó el piercing de la ceja, de la lengua y de la comisura de los labios. Generalmente se los dejaba, pero cuando Cesar estaba tan necesitado, Javier se los quitaba para evitar un desangre en su rostro. Podría pasar que Cesar, en su arrebato de placer, le tironease de los piercing, arrancándoselos incluso. No quería esa clase de dolor.

También se maquilló los ojos, delineándose el parpado inferior con lápiz negro. Se puso algo de polvo compacto en su cara y colocó con un pincel algo de color en sus cejas. Suspiró un poco, notando lo exhausto que se encontraba. La sesión de sexo con Cesar había sido larga y dura, dejando su cuerpo con residuos de dolor. Abrió su mochila y buscó su dosis. Haciendo una rayita de polvo blanco procedió a inhalarla por la nariz, limpiando luego cualquier rastro de su evidencia. La droga no tardaría en hacer su trabajo y se sentiría como nuevo, entonces estaría listo para irse.

Salió del baño, pasando a propósito por el cuarto del mocoso. Sabía que no estaba allí, Salomón tenía ataques de rebeldía y cuando eso pasaba llegaba tarde a casa, aunque Javier no estaba muy seguro del concepto de tarde para él, ya que no llegaba pasada las doce. Seguramente ya debía venir en camino. Entró al cuarto sin permiso, sintiéndose poderoso de tener el corazón de Salomón en sus manos.

Lo esperó sentado en el borde de la cama.

Salomón no tardó demasiado en aparecer, entrando con sigilo por la ventana de su cuarto, notando además la oscuridad del mismo y que en un rincón unos ojos verdes como los de un gato brillaban con descaro.

Mariposas Disecadas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora