Capítulo -3-

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Dos años trabajando en la misma área, haciendo las mismas tareas, cumpliendo con los mismos requisitos de calidad, me facultaron para tener listo un pedido de 20 minutos en tan solo 5. Se lo entrego al Dr. Anangonó que ahora es asistido por 1 interno y 4 residentes. El hombre podrá ser un poco tosco... bueno bastante tosco cuando se dirige a los demás, pero también puede ser prudente cuando hace falta, además es un excelente médico, en sus manos es muy probable que esos hombres se salven.

A punto de irme me encuentro con  Héctor, el primo de Génesis que trabaja como asistente al usuario, son esas personas que dan información a los familiares de los pacientes.

—Compa, ¿ya viste ese relajo allá afuera? —Me dice a través de la ventanilla.

—¿Qué tal Héctor? Sí, ya lo vi y ya me voy

—¿Quién te saca? ¿Y la Génesis? ¿Ella está de guardia? ¿A qué hora viene?

Hago una pequeña mueca y desvío la mirafa, una vez más no sé qué decir, bueno si sé, debería decir la verdad, pero esta verdad no es una que alguien quisiera escuchar. Ya díselo me ordena mi subconsciente, como sea igual se va a enterar.

—Héctor, Génesis no está, yo la sacaba de guardia pero cuando llegué no estaba aquí. Parece que aún no te enteras de lo que está pasando.

—¿Qué pasó? —Me pregunta extrañado por mi tono de voz, tan serio y a la vez triste.

—Parece que las mujeres han desaparecido, no hay ninguna en el hospital y se dice que tampoco en otros lugares de la ciudad. Como te dije yo la sacaba de guardia, pero cuando entré aquí, no la encontré, ahí están sus cosas

—Estás loco —Me dice entre risas—. ¿No va haber nadie? ya, dime dónde está la flaca

—Mira, ya pasé por esto hace rato, y ya perdí mucho tiempo aquí, si no me quieres creer, allá tú ¿por qué crees que me voy? ¿por qué crees que hay tantos hombres afuera armando ese escándalo? Solo te digo algo, será mejor que te prepares porque si esto es tan malo como me imagino, todo va a empeorar como no tienes idea.

Me voy de ahí dejando atrás a Héctor, y a la farmacia con la puerta abierta de par en par, es posible que en algún momento alguien necesite alguna medicina, pero ese ya no es mi problema.

Corro por los pasillos lo más rápido que puedo. Antes de llegar a la puerta principal escucho un escándalo, muchas voces hablando al mismo tiempo, casi no entiendo lo que dicen hasta que me acerco lo suficiente.

—Mira mi pana, o me dejas entrar o tumbo esta puerta con todo y guardias.

—Caballero, ya le indiqué que el horario de visitas es al medio día, no lo puedo dejar pasar tan temprano.

—Oye flaco ¿Tú no me entiendes lo que digo? ¡Déjame entrar! Con toda esa #v3v4&@ de que no hay mujeres en la ciudad y mi mujer está ingresada aquí con mi hija recién nacida ¿Y tú me estás diciendo que me aguante hasta las 12?

—Caballero son órdenes que tengo, tenga la bondad por favor -Le contesta el guardia, que le da señales con la mano para que se retire-.

—¡Dejen entrar! —Grita la muchedumbre, mientras hacen presión en la puerta que se resiste a ceder-.

—Oiga mi pana —Dice un joven que no aparenta más de 16 años- Deje pasar, solo quiero ver un ratito a mi mujer que está adentro con mi hijo.

—¡Si fuera tu mujer bien que entraras! -Se escucha al fondo del grupo de hombres.

—Esta #v3v4&@ está muy hablada, hazte a un lado flaco, que te tumbo
—Vocifera un hombre con sobre peso.

El enardecido grupo empuja cada vez más fuerte la puerta de vidrio y metal, sin lograr hacerla ceder, mientras los dos guardias ejercen presión contraria a ellos, no vaya a ser que logren romper los cerrojos y este lugar se vuelva un caos mucho antes de que el populacho se entere de que efectivamente sus esposas, novias o hijas no se encuentran en el hospital.

Cuando perdí a BellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora