Llegué al barrio en el que vive mi papá, me sorprende ver que no hay nadie en las calles, tomando en cuenta lo que mi papá me había dicho, esperaba encontrar algún disturbio, incluso me había hecho a la idea de verme envuelto en una balacera, pero el silencio me inunda. Veo algún que otro local abierto pero sin clientes, ni algún encargado que atienda. No me extraña, porque muchos de estos locales eran atendidos por jovencitas, en la panadería «De don Ramón» la cajera era su hija, no recuerdo bien su nombre, pero su trasero; ese sí que lo recuerdo, es más, estoy seguro de que cualquiera de mis contemporáneos; los que nos criamos aquí, recordamos muy bien esa majestuosa y redonda escultura en honor a la perfección, y me parece justo aclarar que sus atributos eran naturales. Desde la adolescencia atrajo las miradas de todos, porque además de su excelente derrière, tiene un muy bello rostro, una sugerente y al mismo tiempo angelical apariencia de pureza, propia de la juventud femenina, envuelta en un manto de sensualidad misteriosa, complementada con un par de pechos que sin duda alguna serían envidiados en todo el barrio y sus alrededores por las típicas chismosas de turno. Y ni qué más decir en general sobre su figura de reloj de arena, no era muy alta ni muy baja, se podría decir que era un diamante, no uno en bruto, sino uno cortado por la naturaleza con precisión de láser, prácticamente un milagro. Muchos perdimos la cuenta de la cantidad de veces que fuimos a comprar pan sin tener la más mínima intención de comerlo. Solo buscábamos una excusa para deleitar la vista; hay que ver las cosas que uno se inventaba cuando el internet estaba aún en pañales.
Dos o tres restaurantes de la zona no tenían abiertas sus puertas, y no porque sean las 8:10 am ya que por ejemplo, Chelita; la dueña de la picantería de la esquina, vende encebollados desde las 6:30 am hasta más o menos las 10:00 am. O la Sra. Fanny, que abre su bazar a la misma hora que Chelita, tarea por demás infructuosa si tenemos en cuenta la enorme cantidad de clientes que perdió con el paso de los años, todo por su pésimo servicio y trato tan grosero, eso sumado a que don Floro abrió «papelitos» un bazar pequeño pero bastante bien abastecido, en el que daba el tipo de atención que ninguno recibíamos desde hace al menos ocho años.
Una vez más me veo envuelto con aquel tétrico ambiente, propio de la sombra del apocalipsis, dadas las circunstancias no me sorprendo, después de todo este bien podría ser nuestro singular fin del mundo.
Me estaciono en una calle aledaña a la peatonal donde está la casa de mis abuelos, camino por una vereda polvorienta, parcialmente cubierta por verdes hojas de árboles de mango de las casas vecinas, y la mierda de sus perros. Las cosas no han cambiado demasiado por aquí, en los cinco años que no he visitado este lugar, esta gente no a tan siquiera reemplazado sus malos hábitos por algunos menos incómodos para sus vecinos. Ensucian y no limpian, encienden sus enormes parlantes que contaminan el ambiente con su estruendosa música que nadie más quiere oír, nunca entenderé por qué hacen eso, y me imagino que si la caseta del guardia está vacía y en pésimas condiciones, es porque no le pagaban, y claro por eso es que don Feli tuvo que abandonar su puesto y buscar otro trabajo.
Ya estando en el pórtico de mi lugar de destino, toco la puerta y me recibe uno de mis tíos: Abel. Me ofrece algo de beber y un par de panes con huevos revueltos; lo único qu sabe cocinar a sus 44 años, no sé si adivinó que no había desayunado pero me da igual, me arde el estómago.
Se me hacía raro verlo aquí a estas horas, por lo general suele estar en uno de sus muchos trabajos, dando clases de baile en un bien posicionado gym de la ciudad, o en alguna de sus clases privadas a jovencitas ricachonas, para luego deleitarle la vista a sus madres en la piscina de sus enormes casas, porque algo es bastante seguro, en toda la familia él fue quien obtuvo más y mejores atributos físicos. Me cuenta que estaba a la mitad de una clase, tomó una toalla para secarse un poco el sudor de la cara, y cuando volteó a ver, ninguna de sus alumnas estaba presente.
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Cuando perdí a Bella
Mystery / ThrillerDebo ser el hombre con la peor suerte del mundo. Hola mi nombre es George, tengo 26 años y lo único que quiero es una novia, nunca tuve una, y ahora todas las mujeres del mundo están desapareciendo.