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La familia Prescott pidió cita con psiquiatra, psicólogo, nutrióloga, y todo aquel que pudiera ayudar a su hijo a quererse, amarse y aceptarse de nuevo. Además de que tenía que empezar de cero en lo que hábitos alimenticios se refiere.

Luego del encuentro que habían tenido Diana y Hayden imágenes y pequeños avisos de lo que le sucedía al mayor de los Prescott se encendieron en sus mentes.
Él pasaba mucho tiempo en su habitación y siempre que tenía la oportunidad, negaba querer algo de lo que le ofrecían, estaba pálido y con ojeras, su cabello y uñas iban perdiendo firmeza debido a la falta de proteínas. Se quejaba de lo grasosa y mala para la salud que eran ciertas comidas y en más de una ocasión le había bajado la presión.

Cuando llegó el momento en que sus padres llegaban, los tres los esperaban en el sillón. Louis no dejó que ninguno de los dos lo dijera, quería hacerlo él, porque como dijo su psicólogo, el primer paso es admitirlo.

Fue de las cosas más difíciles que Louis hizo en su corta vida.

Él sabia que algo no estaba bien, pero nunca se atrevió a preguntar, o simplemente decirlo. Ni siquiera se lo preguntó a sí mismo; "¿En serio quiero hacer ésto?" "Si no quiero, ¿por qué lo sigo haciendo?"

Y la respuesta era simple. Porque si se le ocurría hacerse esas preguntas, quien le respondería no sería él, sino su enfermedad.

Alicia empezó a soltar lágrimas mientras su esposo lo miraba sorprendido, la señora Prescott corrió a abrazar a su hijo entre más llantos y disculpas por no haberse dado cuenta, le siguió su papá, quién también le pidió disculpas.

— No es tu culpa, mamá — susurró, mientras ella lo abrazaba cada vez más fuerte — . Pero... ¡quiero ser delgado! ¡¿Qué tiene de malo querer ser perfecto?! — Gritó. Andrés le secó las lagrimas e intercambió miradas con su hija y Hayden.

— Nadie puede ser perfecto, hijo. Nadie.

Reflejo | #01Donde viven las historias. Descúbrelo ahora