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Louis odia vomitar. Odia sentir el asqueroso y amargo sabor de lo que devuelve, sentir como su estómago se retuerce y el líquido sube a gran velocidad por su garganta. Como odia hacerlo, rara vez se da esos famosos atracones de comida para luego devolverlo todo. 

Mientras estaba acostado en la cama, recordó el sandwich que había comido. La culpa no tardó en invadirlo. A los ojos de Louis iba a engordar. Con dudas se encamino al baño, de rodillas se apoyó frente al inodoro. Odia hacerlo, pero su voluntad pierde siempre si de eso se trata. 

Los sonidos ahogados irrumpían en el imperturbable silencio que había en la casa. Y él no escuchaba nada salvo su vomito chocar con el agua. Tanto así que no escuchó cuando la puerta de abajo se abrió. 

  — ¡Louis! ¿Estás bien?  — Sintió una cálida mano apoyarse en su espalda, la cual iba de arriba a abajo, acariciándolo—. Tranquilo... — Habló justo cuando Louis terminó de expulsar lo último de su sandwich.

  — ¿Hayden? ¿Qué haces en mi casa? — Logró formular Louis, pero luego sintió el sabor amargo del vomito que aún se encontraba en su boca, se levantó y abrió desesperado la canilla del agua, mientras hacia gárgaras con ella, su amigo le respondió. 

  — Bueno, parece que olvidas que trece años de amistad te hace tenerme la suficiente confianza como para darme una copia de la llave, además de que tu familia me adora. Vine a ver cómo estabas, pero veo que no has mejorado mucho — tiró de la cadena para limpiar el vomito—. Adiós a mis veinte billetes... Amigo, sí que estás enfermo.

Pero no de lo que Hayden cree.

Reflejo | #01Donde viven las historias. Descúbrelo ahora