Todo empezó a mis doce años de edad al entrar a la secundaria. Nunca me había gustado estar con las personas de mi edad, siempre me habían parecido muy inmaduras y malas. No tenía ganas de ir al colegio, así que me hice el enfermo el primer día de clases para que mi madre no me mandara al colegio.
- Si claro Darío, tu a mí no me vas a joder, te levantas y te vas directo a la ducha. ¡Sin escusas! -gritó mi mamá, al parecer este no era mi día de suerte-.
Me levanté e hice todo lo que ella me mandaba. El autobús llegó temprano y salí con el estomago agitado por no tener tiempo para reposar. En el ya se encontraba la mitad del colegio, incluyendo a mis dos agresores preferidos, Pedro y Julio. El último año de primaria se lo habían pasado haciéndome bromas pesadas y culpándome de sus "fechorías" con el director. ¡Los odiaba de verdad!
- Darío, ¿qué tal tus vacaciones? -preguntó Julio, él era el peor.
- Bien -respondo de mala gana-.
- ¡Qué bueno! -dijo Pedro con falsa emoción-, espero hallas descansado lo suficiente para poder divertirnos mucho este año.
Gruñí. Este año iba a ser más largo de lo que imagine. Me puse mis audífonos y me dediqué a ignorar al mundo el resto del camino al liceo.
Mis "amigos" Pedro y Julio me agarraron la mochila al salir del autobús sin que me diera cuenta, cuando me fijé la vi tirada al otro lado de la calle. Esto si iba a ser una verdadera pesadilla.
Fui el último en entrar al salón, y por ello me tocó de primero. Teníamos clase de matemática con un tal Federico.
- ¡Buenos días! -dijo el profesor-.
- ¡Buenos días! -respondimos todos a coro-.
- Mi nombre es Federico -dice sin muchas ganas-, me gusta evitar todo ese protocolo de las presentaciones, así que dedíquense a sacar el cuaderno y hagan los ejercicios de la primera página del libro, vamos a ver que tan preparados vienen.
¡Malditos!, mi libro de matemáticas no está, y a que ya adivino quienes lo tienen.
Me paro hacia la mesa de Julio y le grito:
- ¡Dame el libro!
- ¿De que hablas enano? -responde-.
- ¡¿Qué sucede allí?! -pregunta el profesor-.
- ¡Este idiota me ha quitado el libro de matemáticas! -grito yo-.
- Yo no tengo nada -le dice Julio al profesor-.
- ¡No me mientas imbécil! -le digo al momento en el que le pego un golpe a la nariz-.
- ¡A dirección! -grita el profesor- los dos. Vamos a ver que tan problemático te pones al estar en frente del Señor Rostentark.
- Pero Señor... -le digo-.
- ¡Nada!, a la dirección he dicho. Usted igual -dice dirigiéndose a Julio, no pude evitar sonreír-.
El director se limita a darnos una larga charla sobre convivencia, parece que no acostumbra dar castigos al primer día de clases. Nos deja salir de su oficina con la advertencia de que una próxima vez sería más grave.
- Me las vas a pagar -me dice Julio señalando su nariz-. Si antes te iba a molestar, ahora te voy a hacer llorar de las cosas que te haré.
Mi estomago estaba tan agitado por todo lo que había pasado que después de la amenaza no pude evitar tirarme a vomitar.
Dos semanas después
Mi vomito fue tema de conversación por estas últimas semanas, pero ya no debe de tardar la siguiente broma, ¡que alegría!, gruñí.
Llegamos a clase de Biología con la profesora Yuleide, es una viejecita que ahora me agarró como el mandadero. No me la aguanto, a su edad solo dice estupideces y me agarra para conversar tonterías.
Al término de la clase la profesora Yuleide me entrega un volante que decía:
Feria de ciencias el 31/08/08
Me da un abrazo, un beso en la mejilla y se retira sin decirme nada.
Esa noche solo podía pensar en ¿por qué?, no entendía el por qué me había entregado ese volante. Entre estupideces y reproches caí en la inconsciencia.
-
A la mañana estaba muy animado, había soñado que ganaba la feria de ciencias. ¡Que tontería!, pero me encajaba la idea. El autobús fue lo de siempre, desaparecer en la música. Pero..., en la puerta del colegio había una foto.
La novia de Darío
Esa era la descripción de la foto. Era la profesora Yuleide dándome el beso ayer. Corro al pasillo y me lo encuentro todo forrado con las fotos, y todos mis compañeros las estaban viendo.
- ¡Esooo, Darío!, ¿qué tal besa la vieja? -dijo Julio-.
- ¡Darío tiene novia!, ¡Darío tiene novia! -cantaron todos-.
Sentí como las lágrimas se me escapaban de los ojos. Salí corriendo de allí, llegué a mi casa más rápido de lo que esperaba. Mi madre estaba trabajando, así que tenía cinco horas de soledad.
Corrí a mi cuarto, el mundo me odiaba, todo lo malo me pasaba a mí.
Cogí una navaja que me había regalado mi abuelo y decidí dejar de sufrir, no iba a seguir sintiéndome de esa manera.
Y ese fue el origen de mi primera cortada.