Seguimos saliendo durante un mes, incluso pasamos navidad juntos, pero Miranda siempre estaba con nosotros, lo que no me contentaba del todo.
Un sábado por la noche en que íbamos a ir al cine, mi tía Clara castigó a Miranda por no haber arreglado su habitación, como de costumbre su tono era más duro de lo que debería. Le insistí a Miranda en que no iría sin ella, aunque sin muchas ganas, pero ella no quiso escucharme igual.
- Hola -dijo Rocío con su bella sonrisa cuando abrí la puerta-, ¿y Miranda?
- No puede ir, la mandamás la castigó, ¿no te molestará que vallamos sólo los dos?
- Para nada, será divertido, ¿por qué la castigaron hoy?
- No arregló su habitación -ambos dimos una enorme carcajada-.
- La señora Clara tiene algo raro -dice aún riendo-.
- ¿Cómo negar la verdad?
Llegamos al cine aún riéndonos de mi tía. Me incliné por la película romántica y ella aceptó riéndose de mí.
Ahora me arrepiento de haber elegido esa película, es de lo más aburrida, estamos prácticamente solos y creo que Rocío está igual de aburrida que yo. No podía dejar que se arruinaran esos momentos a solas, pero no me iba a poner romántico, así que le pregunté:
- ¿Te acuerdas que las noches que nos conocimos me dijiste que tienes otras maneras de calmar el dolor?, ¿a qué te referías?
Ella me sonrió y respondió:
- Distracción.
- ¿Qué tipo de distracción?
- De cualquier tipo, la cosa es no pensar en lo malo, pensar en cualquier cosa que no te haga sufrir, leer un libro, correr, ver televisión o incluso estudiar, pero esa última es la menos efectiva, y a veces la mejor es la música.
- Nunca lo vi de esa manera -admito, aunque me parece muy funcional-.
- Casi nadie lo hace, todos tenemos nuestra manera de ver el mundo, mi punto es que debemos buscar otro escape, las cosas mejoran, no siempre es sufrimiento - le sonrío, tiene razón, desde que terminé el liceo y me vine a vivir aquí he sido feliz, aunque puede que ella sea parte del motivo-.
- Tienes razón -le digo aún con mi sonrisota-.
- Tus muñecas no me dicen lo mismo -dice agarrando mi brazo y subiendo mis mangas-.
- No sabía que tú lo sabías -le digo retirando mi brazo, bajé la cabeza, y yo que quería que ella no se enterara-.
- Me di cuenta el día en que te conocí -dijo con una sonrisa tímida tratando de levantar mi cabeza-. Y, ¿me quieres contar el por qué?
Era imposible negarse a esa bella sonrisa, le conté toda mi triste historia tratando de no llorar frente a ella. A su turno de contar su historia... fue triste, no tenía idea de lo que ella sufría. Ella sí lloró, lo que hizo que llorara un poco yo también.
En eso se nos fue el tiempo, ya nos habíamos recuperado para el final de la película, ella permaneció recostada en mi hombro hasta que las luces se encendieron indicando la salida.
- Vamos a comprarle algo de comer a Miranda -dice Rocío cuando pasamos frente a una pizzería-.
- Creo que ya cenó.
- Pues te equivocas -dice sonriendo-, Clara no la deja cenar cuando está castigada, a mi me corresponde llevarle cena, ese es el trato.
- ¿Cómo lo haces?
- Hace dos años me dio la llave, a esa casa la roban y nadie se entera -ambos reímos-.
- ¿Y qué recibes a cambio?
- Hospedaje -le miro confundido y ella se ríe-. Hay días en los que el mundo se me viene encima y necesito un escape de él.
- Oh, interesante -dije mientras nos reíamos-.
Pedimos la pizza, nos comimos un poco más de la mitad y bajamos a la casa.
Estaba casi seguro de que no volvería a estar solo con ella, así que decidí dar el primer paso.
- ¿Sabes?, lo pasé muy bien esta noche.
- Yo igual -dice con su bella sonrisa-.
- Y, me preguntaba -digo agarrándola de las manos-, ¿Quieres volver a salir conmigo, en una cita? -estaba tan apenado que mi voz era apenas audible-.
- Me encantaría - dijo acercándose más, la podía sentir contra mi pecho-.
Hizo falta mucho valor, pero lo hice, la besé. Fue mucho mejor de lo que esperaba, sus labios eran dulces y suaves.
Nos fuimos de la mano hasta la casa, no dijimos nada, no hacían falta palabras, estábamos felices juntos.
Entramos a la casa y nos dirigimos a la habitación de Miranda.
- Miranda -digo con voz dulce al tocar la puerta-, te traje la cena.
Nadie respondió, por lo que supuse que estaría dormida. Rocío abrió la puerta con cuidado y dio un grito al entrar.
- ¡Miranda! -gritó mientras se lanzaba sobre mi prima-.
Miranda tenía la mano izquierda llena de sangre y la derecha sostenía un cuchillo ensangrentado.
- La sangre está fresca, y aún respira -dijo entre sollozos-. ¡Llama a alguien! -gritó desesperada-.
Fui a buscar a mis tíos, pero no estaban. Cogí el teléfono y llamé una ambulancia lo más rápido que mis nervios me permitían.
Llegaron pronto para mi alivio.
La ubicaron en la camilla y se la llevaron. Noté que Rocío estaba más alterada de lo que podría resultar sano, así que le supliqué que se fuera conmigo en un taxi, tenía miedo de la impresión que causaría en ella ver a Miranda con todas esas agujas. Ella aceptó y se fue recostada a mi hombro tratando de contener el llanto.
Ya en el hospital, el doctor Sulbarán -encargado de atender a Miranda- nos informó que ella estaba bien, pero que seguiría inconsciente el resto de la noche por causa de los medicamentos.
- Creo que deberíamos llamar a mis tíos -le digo a Rocío que aún caminaba algo histérica por el pasillo-.
- ¡No! -dice aún entre lágrimas-.
- Es lo correcto.
- Imagínate lo que le dirán, la tratarán de loca, la harán sentir peor, se atravesaría en la autopista antes que soportar eso -le brotaron más lágrimas-, no quiero que sufra -dice con un hilo de voz-.
Se sentó a mi lado y escondió su rostro en mi pecho. Seguía llorando a mares, por lo que sólo dije:
- Está bien -le besé la frente y la sostuve entre mis brazos-.
Tenía razón, mi tía Clara sólo haría sentir peor a Miranda, y se suponía que ella estaba bien. Rocío se durmió en mis brazos. Yo me quedé despierto para estar al tanto de cualquier situación.