—¡Konstantin! ¡Kassandra! —gritaba mi madre por toda la casa. Cuando está
furiosa, nos llama por el nombre completo.
Estaba abajo, en el vestíbulo, con el pequeño Konny cogido de la mano y trinaba
de ira.
—¿Dónde está tu hermano?
Mi madre tenía agarrada de la mano al hermano soñador, así que concluí que
preguntaba por el caótico. Bajé las escaleras.
—Ni idea. ¿Ha hecho algo malo? —pregunté.
—Efectivamente: infracción del deber de vigilancia. Tenía que cuidar de Konny
mientras yo hacia la compra. Al regresar vi al pequeño subido en el manzano de los
Flohmüller.
—¿Qué hacías subido en el manzano? —pregunté dirigiéndome a mi hermano
pequeño.
—Mirar.
—¿Cómo? ¿Mirar? ¿Mirar qué?
—Sólo mirar. Alrededor.
—Pero también lo puedes hacer desde abajo. No hace falta que subas a un árbol.
Konny se quedó mirando a mi madre con aire interrogante.
—Sanny tiene razón. Para mirar no hace falta subir a un árbol.
Konny estaba indignado con tanta falta de comprensión:
—Claro que tengo que subir a un árbol si quiero mirar desde arriba.
Mi madre reflexionó brevemente y luego afirmó.
—Es verdad.
Entonces se agachó y cogió su cara con ambas manos.
—Konny, ¿cuántas veces te he dicho que no debes escaparte?
—No me escapo. Sólo hago mis cosas.
Mi madre movió la cabeza pacientemente.
—De acuerdo. Pero nosotros nos preocupamos si no sabemos dónde estás.
—Pero yo siempre vuelvo.
—Sí, pero nunca por tus propios pies. Siempre tenemos que buscarte. Nunca has
vuelto solito a casa.
—Es que nunca he podido terminar mis cosas. Cuando hubiese terminado habría
vuelto.
Mi madre dejo escapar un suspiro y, con persistencia tenaz, volvió a explicarle al
pequeño Konny que no puede marcharse de casa sin más, simplemente porque se le
haya ocurrido algo.
Se levantó y le acarició la cara.
—Ven conmigo a la cocina, vamos a hacer la cena. Papá vendrá muy pronto —le
dijo y, mirándome a mí, añadió—: ¿Y Liz aún está aquí?
—No.
—¿Me ayudas?
Antes de poder contestar, se oyó un gran estruendo procedente de la puerta de la
casa. Luego oí a Konstantin soltando tacos. Mi madre aguzó los oídos y, con aire
belicoso, se colocó frente a la puerta.
No quería esperar más la bronca para Konstantin, y abrí la puerta de golpe.