Capítulo dos, en el que Konny está hecho polvo.

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Justamente cuando quería desaparecer con Liz en mi habitación, mi madre subió

las escaleras.

—¿Has hecho los deberes, Konny? —preguntó marchando al paso de la oca hacia

nosotros.

—Estoy en ello —contesté.

Mi madre se detuvo y nos miró de arriba abajo, primero a mí, luego a Liz.

—Liz me ayuda en matemáticas —le dije intentando aclarar la situación.

Mi madre frunció el ceño.

—Liz tiene un suspenso en matemáticas.

—Ah, sí, es verdad; yo la ayudo a ella —rectifiqué sin pérdida de tiempo.

Mi madre rió.

—Qué bien. Pero tú también tienes un suspenso. ¡¿Dos ciegos que se ayudan a

ver?!

—Le dejé mis apuntes a Konny y quiero que me los devuelva —dijo Liz

escuetamente.

Vaya manera de abreviar.

—Konny, devuélvele los apuntes a Liz y ven; quiero que hagas algo —ordenó mi

madre.

Intenté oponer resistencia.

—Vaya, ¿y cuándo estudiaré matemáticas?

Mi madre esbozó una sonrisa.

—¡Como si te sirviera de algo!

—¿Qué quieres decir? ¿Acaso no confías en una parte de tus propias entrañas?

—Pues no, hace demasiado tiempo que te conozco. De todas maneras, no

aprenderás nada, intentarás copiar de nuevo, suspenderás otra vez y en las notas

finales lo compensarás con un excelente en alemán. Venga, vamos —ordenó mi

madre dirigiéndose hacia las escaleras.

Fui a buscar los apuntes de Liz, se los di y, moviendo la cabeza en señal de

desaprobación, seguí a mi madre.

—¡Me parece que tu concepto pedagógico no es muy adecuado, la verdad! —le

recriminé.

—Tranquilo, no te preocupes. Lo tengo todo bajo control.

Me di por vencido y, desganado, bajé tras ella las escaleras. Entró en la sala de

estar. En el sofá estaba Konny. Konny número dos, mi hermano pequeño. No es que

a mis padres no se les ocurriera un nombre distinto. De hecho, mi hermano se llama

Kornelius.

Pero es que a mi padre, un «Kornblum» de nacimiento, le chifla la letra «K». Basta

con saber los nombres que nos pusieron para darse cuenta de ello: ¡Kassandra!

¡Konstantin! ¡Kornelius! Nuestro padre se llama Konrad, nuestra madre, Susane. Ella

no sabía que iba a casarse con un Kornblum al que le chifla la letra «K». Además,

lucha en secreto contra esa obsesión de papá con la «K». Porque fue ella quien

empezó a llamar Sanny a Kassandra. Y cuando mi padre protestó diciendo: «No la

1000 Razones para no amarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora