~AMOR/ VERSIÓN EXTENDIDA~

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Caminaba sin mucho ánimo por los largos pasillos del "muy ilustre Colegio San Pablo", con ganas de estar en cualquier lugar que no fuera este. Sin embargo, era una mejor opción  que estar en casa de mi padre, soportando a su esposa, la "Señora cara de cerdo" o la indiferencia de Eleanor.

Esa mujer a la que estaba decidido a no volver a llamar madre, así como ella se avergonzaba de tenerme como hijo, y no le importó echarme en medio de la tormenta invernal. Su indiferencia hacia mí, calaba en mis huesos más que el frío de esa tarde.

El dolor volvió a mí y me llené de rabia, debía sacarlo de alguna forma y en ese momento, las campanas de la pequeña iglesia me dieron el pretexto perfecto, así que apuré el paso desviándome hacia allá, sonriendo ante lo que estaba a punto de hacer.

Abrí la puerta de par en par y recargué mi brazo en una de ellas, mientras todas las miradas se posaban en mí, causando diferentes reacciones. La más graciosa, fue la de la Hermana Gray, quien con gesto severo me instó a sentarme, luego de decirme que llegaba tarde, como siempre.
No es que un caballero como yo, tuviera esa fea costumbre. Es sólo que no se me daba la gana de ser puntual.

No pude evitar reírme ante las expresiones de todos, como si yo fuera lo peor que podían ver sus ojos. ¿A quién querían engañar con esa actitud pasiva, fingiendo ser buenos cristianos, mientras sólo pensaban en el correr del reloj para poder salir de ahí?

Así se lo hice saber a la muy compungida Hermana Gray, acrecentando su sorpresa y disgusto hacia mí. Le dejé bien claro que estaba ahí para tomar una siesta y regresaría después.

La ola de murmullos después de eso, fue música para mis oídos, junto a un
"perdónalo, Señor" del sacerdote. Ya sabía que me esperaba una cita en el despacho de la hermana Gray para ajustar cuentas.

—Entonces, el día está salvado.
¡Adiós!— le dije sin darle tiempo a nada más que seguirse lamentando por mi "osada" actitud, y me di la media vuelta.

Caminé unos pasos, y fue entonces cuando la vi, destacando con su uniforme blanco a diferencia del negro que llevaban todos los demás.  Parecía un ángel, con esos rizos dorados enmarcando su rostro.

Nuestras miradas se cruzaron, y sus ojos verdes brillaron al encontrarse con los míos, tiñendo inmediatamente sus mejillas de un color rosado, haciéndome sonreír, al darme cuenta de su turbación al verme. No pudo sostenerme la mirada, y bajó la suya, mientras yo seguía hacia la puerta, saliendo del lugar.

La recordaba del barco, ¿cómo poder olvidar a una chica así? Es verdad que he visto a muchas tal vez más refinadas que ella, pero tiene algo que me atrajo, tal vez sea esa gran diferencia la causante... y sus pecas...

Negué con la cabeza, caminando hacia mi dormitorio donde podría estar sin que nadie me molestara, era suficiente de monjas y niñas pecosas por el momento.

Apuré mis pasos hasta llegar a un lugar apartado en donde había un árbol grande, que se distinguía de los demás, había un espeso pasto y flores de algún tipo creciendo alrededor.

Me tumbé bajo su sombra y encendí un cigarrillo, que empecé a fumar sin apuro, aspirando en cada bocanada el sabor fuerte del tabaco. Sabía que no era nada bueno para mí, pero... ¿acaso importaba?, ¿acaso le importaba a alguien? ¡No lo creo!

Es más, me atrevo a adivinar cuán felices estarían varios si enfermara y muriera de repente, seguramente mi padre por fin se libraría de la vergüenza de tener un hijo bastardo, y Eleanor... ella no tendría miedo de volverse a encontrar conmigo, pudiendo echar todo su engaño abajo.  Y no sólo ellos respirarían aliviados por mi muerte, la esposa de mi padre organizaría una fiesta para festejar tan afortunado hecho, y sus hijos serían el centro de todas las atenciones. Mi muerte les aseguraba la tranquilidad y felicidad para sus vidas.

Terry Grandchester | Mini ficsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora