No debí interferir

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Evan Peyton, mortal.

Hola, soy Evan. Un adolescente, cabello negro, ojos castaños, estatura promedio. Nada más que agregar acerca de mi apariencia.

Si están el día de hoy aquí entonces es porque les interesa saber cómo fue, exactamente, que terminé huyendo de dos chicas maniáticas a las que intenté, en un principio, ayudar. Tranquilos, todo el mundo quiere oír esa historia. Y aquellos que ya la oyeron quieren que la repita, ya que aún no pueden entender cómo fue posible que tuviera tanta mala suerte.

Permítanme comenzar con mi anécdota:

Parecía que ese iba a ser un sábado cualquiera, sin ningún acontecimiento relevante. Parecía.

La mañana comenzó como cualquiera: desperté, me aseé, me vestí, desayuné algo liviano y luego salí a correr. No sin antes ignorar las llamadas de mi tía Karen, las cuales se daban con el fin de sacarme información sobre si estaba viendo o no a alguien, y después irle con el chisme a mi mamá y a mi abuela.

Las cosas comenzaron a salir mal cuando llegué al Central Park. Mientras hacía mis estiramientos oí unos sonidos que parecían provenir de una pelea, por lo que los seguí.

Y en el momento en el que vi a dos chicas peleando y a una tercera intentando separarlas debí haberme marchado, pero, para mi desgracia, eso fue justo lo que no hice.

En su lugar decidí intervenir... Estúpido, estúpido Evan.

Con rapidez me acerqué a la chica rubia que intentaba separar a la morena de cabello castaño de la pelinegra que parecía tener un labio partido y un ojo morado. Creo que era evidente quién iba ganando la pelea.

—¡Piper, suficiente! — ordenó la rubia. —¡Vas a matarla!

Supuse que así se llamaba la castaña...

— Ya quisiera— gruñó.

Con la ayuda de la chica, separamos a la morena, quien aún seguía molesta, de la otra adolescente.

—¡Basta! — gritó la rubia, cuando notó que la castaña iba a volver a saltar sobre la pelinegra —Una cosa, nos pidieron salir del campamento para hacer una cosa, y ustedes no fueron capaces de cumplirla sin evitar una pelea— dijo con una notoria molestia.

Ahora que la veía con atención, podía apreciar detenidamente su cabello color miel con rizos, su bella piel bronceada al natural, su alta y esbelta figura y sus sorprendentes ojos gris tormenta los cuales mostraban la más cruda y pura inteligencia. La chica a su lado, Piper, era un poco más baja, su piel morena marcaba tal vez una ascendencia a algún pueblo originario, su cabello castaño con las puntas disparejas, como si se lo hubiese cortado ella misma, le llegaba por sobre los hombros y estaba adornado de unas bellas plumas, y sus ojos caleidoscopio eran verdaderamente impresionantes y hermosos, aunque estaban cargados de odio dirigido a la chica asiática del labio roto, ojos marrones cálidos, cabello negro con rizos, alta, quien lucía centenares de joyas y llevaba toneladas de maquillaje, el cual se encontraba algo corrido probablemente por la pelea, esos rasgos le daban un aire glamoroso aunque también inspiraban una falsa superioridad. Todas eran atractivas en diferentes maneras, aunque también se veían fuertes (okey lo admito, tal vez ese aspecto no lo había notado muy bien esa vez, pero lo eran, se los aseguro, tuve la oportunidad de comprobarlo yo mismo).

—No me arrepiento de nada, excepto de no haberlo hecho antes. Desde el día en que la conocí deseé darle un golpe en la cara que logré romperle la nariz. — admitió orgullosa Piper.

—Eres un animal, — exclamó con disgusto la asiática— aun no entiendo cómo fue que Jason se fijó en ti, querida.

—Tal vez porque no soy como tú, Drew.

Percabeth entre mortalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora