Prepárate para sentir, amar, reír, pensar, odiar, temer, dudar y alimentar tu alma durante todo el año con 365 Microcuentos.
Cada relato aporta inspiración para el espíritu y la mente para abordar lo cotidiano con una mirada nueva. U...
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El primer día de clase, después de las vacaciones de invierno, cuando Pedro escuchó a Sebastián gritar en medio del parque de juego de la escuela que Santa no existía, se le acercó enojado y lo contradijo:
- ¡Eso es mentira!
- ¡Es verdad! -gritó Sebastián-. ¡Santa no existe!
- ¡Sí existe! ¿Por qué dices esos?
- ¡Porque es verdad! -bramó Sebastián-. Esta navidad yo mismo vi, con estos dos ojos, como mis padres ponían mis regalos debajo del árbol de navidad durante la noche.
- ¡¿Y eso qué?! -replicó Pedro-. ¡Yo también los vi! Y me contaron toda la verdad.
- ¡A mí también y me dijeron que Santa no existe!
- ¡Pues te engañaron! -se burló Pedro-. Porque no pueden decirte su verdadera identidad.
- ¿Cuál identidad? -inquirió el niño, confundido.
- Pues, no le digas a nadie pero... -murmuró Pedro, acercándose mucho a Sebastián-, nuestros padres son ayudantes de Santa, ellos son quienes le dicen a Santa como nos portamos durante el año y, a veces, cuando las casas no tienen chimeneas, como las nuestras, son ellos quienes colocan los regalos que Santa nos envía desde el Polo Norte debajo del arbolito, porque el pobre no tiene como entrar.
- Vaya... ¿En serio? -inquirió Sebastián, abriendo mucho los ojos.
- ¡Sí! -corroboró Pedro-. Nuestros padres son como los Elfos, pero a medio tiempo.
- ¡Vaya! - ¡Sí! Pero no le digas a nadie, que es un secreto.
Fin.
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