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Una mañana como cualquier otra en el Millenial Café, poco ajetreo y nada más que el delicioso olor a café rondaba en el aire. Las meseras de turno se tomaron todo con calma, bueno, hasta que fuera la hora del almuerzo, donde el ritmo de órdenes y preparación de los postres aumentaría.

— Ya va siendo hora de que espabiles— dijo Maya a Christopher, quien se encontraba en la cocina durmiendo un poco—. ¿Qué sucedió anoche? ¿No dormiste lo suficiente?

— La segunda— bostezó mientras se estiraba en el pequeño banco, haciendo que sus huesos crujieran un poco—. Rayos, tengo los brazos entumecidos.

— Entonces sal afuera y estírate un poco— tomó una charola con rosquillas de anís—. Faltan dos horas para el almuerzo, así que ¡arriba!

Los ánimos de su amiga Maya le hacían querer marcharse a correr, cuando se encontraba en ese estado no le agradaba mucho lo ruidoso o alegre; no es que sea malo, simplemente le agrada el hecho de que el silencio es reconfortante.

Salió por la puerta de servicio del local, en comienzos de invierno las mañanas suelen ser frías y el haberse olvidado el abrigo en la sala de empleados le hizo pensar en lo torpe que podía ser.

— ¿Quieres uno?— escuchó a alguien a su derecha.

No podría haber olvidado aquella voz, ya que por su culpa no pudo dormir bien la noche anterior y maldijo haberle echo caso a Maya de salir.

Al girar lo encontró recostado en la pared del callejón sosteniendo en su mano una cajetilla de cigarrillos Malboro™. Le ofrecía uno, el cual no aceptó:

— No fumo.

— Se te nota— dijo el moreno encendiendo el cigarro que atrapó entre sus labios, una acción que incomodó de cierta forma a Christopher.

— C-con permiso— se disculpó, quería volver adentro.

— Eh, ¿a dónde crees que vas?

El moreno le agarró del brazo empujándolo contra la pared y lo aprisionó con su cuerpo. Exhaló el humo de cigarrillo contra el rostro del chico, provocando una pequeña tos:

— ¡Oye, suéltame ya!— intentó zafarse, algo que no consiguió.

Aunque parecieran ser de la misma altura, Christopher le llevaba por unos pocos centímetros, pero el chico de cabello rizado tenía más fuerza:

— ¿Christopher?— lo llamaron desde la puerta.

Para su suerte Maya salió a buscarlo. El moreno le soltó y lo primero que hizo fue trotar hasta llegar con la rubia:

— Te necesito en la cocina... Espera— la muchacha lo tomó de los hombros y olfateó—. ¿Estabas fumando?

— No fumo— se apresuró a ir adentro.

— Entonces, ¿por qué hueles a colilla?

— Ay, Maya, no me vengas con esas. Había un tipo y me echó el humo en la cara, sabes como son estos chicos de ahora.

— Acabas de hablar como un anciano— se burló de él—. Bueno, ya. Ayúdame con esta orden, es para enviar.

Christopher intentó distraerse mientras preparaba los vasos de cappucino y expreso, pero para nuestro desgraciado chico le era difícil soltar algo cuando ya había invadido su mente.

Su voz, sus palabras, la forma brusca en que le agarró del brazo— y que posiblemente le deje una marca—, su respiración contra su cuello en el momento que lo aprisionó, y el desagradable pero relajante aroma del humo del cigarrillo que escapaba de sus labios:

— Ah...— jadeó sin querer.

Sorprendido por su acción se cacheteó fuerte, llamando la atención del cocinero:

— Debes estar bien-

— ¡Sólo cállate, Henry!

•   •   •

Luego del almuerzo, las cosas se volvieron un poco más calmadas durante la tarde en el café. No había tantas personas y eso les facilitaba a los miembros del personal irse más temprano de la hora habitual.

Aunque esto no aplicaba para los nuevos, que debían completar toda la jornada de trabajo.

— Hasta mañana— se despidió Maya, a lo que Christopher asintió con la cabeza.

Algo aburrido, sacó su móvil del bolsillo del delantal y comenzó a revisarlo. Tenía varías notificaciones de correo basura y unos cuantos mensajes de la telefónica a la cual pertenecía, más un mensaje algo molesto:

| Te quiero en casa para las 04:00 p. m. |

Ignoró el correo y fue a atender un nuevo cliente, pero no se imaginó a quién tendría delante. Al verlo maldijo por sus adentros y se concentró en sólo tomar su orden:

— ¿Qué desea tomar?— preguntó de mala gana con las manos sobre el mostrador.

— Mejor le bajas un poco al tonito, que no te queda— rió un poco—. Un latte con crema.

— ¿Algo más, señor?

— Me gusta cuando me dices así.

— Ya voy por su café— se alejó de él confundido.

El moreno se quedó absorto a cada movimiento del azabache.

Se dio cuenta en el ágil movimiento de sus manos al preparar el café, que tenía la pequeña costumbre de dar un toque con sus dedos a la mesa antes de tomar algún objeto; también del ligero movimiento de sus caderas y que tenía buenas proporciones:

Lindo, pensó mordiendo su labio inferior.

— Aquí tiene, señor— Christopher puso el envase frente.

— Oye, lo hiciste otra vez.

— ¿Qué?

— Llamarme “señor”— apreció el leve sonrojo que se formaba en las mejillas del chico.

— S-son, $5,95.

— Añadelo a mi cuenta.

— Sí, señor.

— Lo volviste a hacer— dijo marchándose.

Christopher se sentía torpe y algo tonto por haberse sonrojado por tal cosa, no lo hizo a propósito, pero no dejaba de molestarle el hecho de que ese chico tal vez estuviera ahí para joderle la existencia por pocos minutos.

— Espera... ¡¿Qué cuenta?!

Ahora estaba seguro de que su jefe lo mataría si supiera que dejó a un desconocido irse sin pagar el pedido.

Sacrifice |Ristopher|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora