Cap. 1

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Ella, era una pequeña nacida en un reino en ruinas.
En medio de la guerra por la conquista de sus tierras en donde su familia pagaría el precio por ser los líderes políticos, incapaces de llegar a la paz.
Sus contrincantes eran duros, rudos, asesinos y genocidas por placer, sedientos de sangre que demuestre que sus puños eran los más fuertes y viles.
Sus padres, alarmados por la inminente caída de su reino y familia, deciden huir, dejandole a la suerte el destino de su pueblo. No crean que es por cobardes, era porque tenían algo mucho más valioso entre sus manos, a lo cual debían proteger. La divina lo había predicho, advirtiendo que con la llegada de la luna, el fuego, la destrucción y la muerte los perseguirían.
Hombres del Rey, se aseguraba de despejar el camino por el bosque, de cualquier peligro. La negra noche era traicionera, brindándole su manto protector a víctimas y traidores, siendo imparcial en la elección de bandos al cuál ayudar.
El canto de los grillos y el brillo de la insistente e imponente luna llena era lo único que se apreciaba en una noche tan profunda.
Madre e hija iban cubiertas en la parte de atrás de la carroza, que corría más veloz que cualquier mala noticia. La madre le ofrecía su pecho como resguardo a la recién nacida, quien por sus latidos siendo su arrullo, había caído en un profundo  sueño. El Rey, padre de la niña, la luz de sus ojos, y la esperanza del destino, iba atento y armado, en la parte delantera, junto a su fiel comandante, mano derecha y amigo de toda la vida, quien conducía apurado.
No tenían noticias, más imaginaban todas las bajas que habían sufrido. Sabían que éste era el plan de respaldo, una huida calculada, planificada, pero eso no le quitaba el peso del fracaso en el pecho del Rey. Sentía que había fallado, a su pueblo, a sus hombres, a su familia. Se creía una decepción.
En un movimiento brusco, la carroza dió un gran salto, provocando que el golpe al caer fuera fuerte, gracias a los dioses quienes creían estaban de su lado, hicieron que siguiera firme en sus grandes ruedas. El Rey con gran agilidad, logró escabullirse dentro de ésta, para ver si la bebé y su mujer estaban bien
-¿Estan bien?¿Se han hecho daño?- preguntó algo agitado por la situación.
La reina negó con la cabeza y le sonrió de forma dulce.
-Estamos bien, querido. No debes preocuparte por nosotras- descubrió un poco a la pequeña para que quede a la vista del hombre,mostrando la tierna imagen de la bebé durmiendo plácidamente junto al corazón de su madre.
-Es igual a ti, ¿Sabes?. Más hermosa, que el firmamento y la Luna juntos.- sonrió a su amada, acariciando su mejilla.
Ella no dudó en dejar un beso en su mano.
Era admirable que hasta en situaciones peligrosas, el amor entre ellos no fuera afectado en lo más mínimo.
Un grito, un desvío, y muchos árboles fueron la escena siguiente.
La carroza real perdió el control en el bosque, siendo aporreada por árboles, rocas y ramas traidoras en el camino. El Rey no dudó en cubrir con su propio cuerpo, a sus amadas, recibiendo los peores golpes.
Cayeron, se estrellaron, y el silencio hizo su aparición.
Era tétrico, no era ése silencio reconfortante que prometía que lo peor había pasado, no. Era de ésos que aseguraba que lo peor, estaba por llegar.

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