Greek Battle

EPÍLOGO

Por años los humanos nos enseñaron que su amor ero lo bastante poderoso para cruzar mares, ríos y montañas  incluso como Paris, crear una guerra por tu amada, pero ellos no tenían una idea de lo que nosotros, los Dioses, éramos capaz de hacer por la persona amada. Simplemente no podemos comparar cruzar el mar con aceptar vivir en el Inframundo como lo hizo Perséfone por Hades, no podemos comparar cruzar un rio con pasar las noches en vela como lo hacía Ares recordando a Afrodita, no podemos comparar cruzar montañas con la perseverancia que manutuvo Poseidón por años para conquistar el corazón de Afrodita y por último no podemos comparar una guerra con el deseo y el amor que siente Zeus por su hija Atenea.

Narra Zeus

El Olimpo había retomado su rumbo, no había más una Medusa que tratara de acabar con la paz que siempre hubo; Poseidón regresó a su reino donde se encargó de reconstruir cada pedazo que fue afectado por el accidente que devastó gran parte de Atenas, nunca había visto a Poseidón tan entregado a algo, su amor por la ciudad de Atenas era algo que me impresionaba y ahora entendía el cariño y devoción que los atenienses le tenían a mi hermano, él era un gran Dios, y nuestra relación había regresado a ser la misma, ambos podemos contar con que siempre estaremos juntos para combatir cada batalla.

Cada mañana desde el Olimpo podía ver como Poseidón dirigía las embarcaciones seguras hasta llegar a su destino final y como la ciudad de Atenas se enriquecía con la llegada de alimento y mercancía que ayudaba a que la ciudad creciera cada día más.

La relación paternal que me ata a Atenea había quedado en secreto, aunque Hades era Dios del Inframundo también era mi hermano y una vez acordado que nadie debía enterarse de mi parentesco con Atenea o él sería condenado, sabía que Hades no diría ni una palabra a ningún Dios, no le convenía perder su poder en el Inframundo y convertirse en una de las miles de almas que él mismo se encargaba de hacer sufrir en su reino, pero mucho menos estaba dispuesto a perder a su Diosa Perséfone después de todo lo que había sucedido para que fueran felices.

Cuando me encargué de Hades, podía mostrar nuestra relación sin miedo alguno en el Olimpo, los Dioses sabían que Atenea era una guerrera y se dirigían a ella como tal, le tenían respeto por su fortaleza, belleza y ahora por ser junto a mí Dioses supremos del Olimpo. Decidí un día premiar a la gran Diosa que era Atenea, así que juntos fuimos al Oráculo.

-¿Qué hacemos aquí Zeus? – La voz dudosa de Atenea hizo que volteara a verla.

-Estamos aquí por una gran razón, quiero que sepas que eres una gran Diosa, valiente y llena de fuerza. Eres digna de vivir en el Olimpo y de toda la admiración de cada uno de los Dioses y mortales de Atenas; es por eso por lo que mereces tener esto en tus manos. - Tomé su escudo y lo posé sobre sus manos.

-Zeus no sé qué decir me halagan tus palabras y lo que piensas de mí, sabes que siempre he querido ser una Diosa que tenga algo que ofrecer al pueblo de Atenas y ahora frente a ti, prometo siempre cuidar de la ciudad y a cada ateniense.

-Sé que así lo harás Atenea, confío en ti mi Diosa, ¿Quieres saber lo que hace más importante este escudo?

-Claro que lo deseo saber Zeus. - Su mirada se fijó en la mía.

-Muestra tu valentía Atenea. - Quité la tela dorada que cubría su escudo. - Y no hay prueba más grande de tu valentía que la cabeza de Medusa en él.

-Habría matado a cualquiera que hubiera intentado atacar al Olimpo y a quien te hubiera hecho daño Zeus. - Tomó con fuerza su escudo. - Lo portaré con honor y valentía Zeus.

-Sé que así será Atenea, confío en ti.

Me acerqué a Atenea para poder besar sus labios, era una gran Diosa y nunca me había sentido tan feliz y completo con alguien a mi lado. Sabía que el Olimpo estaba seguro con ella a cargo y juntos lograremos grandes cosas para el pueblo de Atenas. Mi Diosa no dejaba de ver aquel escudo que la protegería de cualquier peligro incluso podría hacer uso de los poderes que poseía Medusa, yo mismo le enseñare como usarlo para convertir a sus enemigos en piedra, pero por el momento no le notificare de ese gran beneficio.