Capítulo 9

1.8K 117 40
                                    


Delhy Lugo

S

algo casi corriendo de la habitación. ¿Qué diablos ha pasado ahí dentro? Bajo de prisa las escaleras. Y, al bajar los últimos escalones, doy un mal paso, no obstante, antes de verme con toda la cara estampada en el costoso piso de madera, unos fuertes y atléticos brazos me atrapan. Volteo apenada y un tanto desenfocada, para averiguar quién ha sido la amable persona que me ha socorrido, resultando ser nada menos que el doctor Roberto Cárdenas.

¡Woohhh!... Cuidado, linda. —Me ayuda a pararme.

—Muchas gracias, Roberto. Disculpa, no estaba poniendo atención —digo, algo nerviosa.

—No hay cuidado, ¿te encuentras bien? —pregunta preocupado.

—Sí, sí... estoy bien. —Volteo a ver para todos lados, con miedo de que Santiago venga detrás de mí.

—¿Quieres una copa? —cuestiona al notar mis nervios.

—Sí, por favor. —Acepto su invitación sin pensarlo dos veces, necesito una excusa para salir de aquí lo más pronto posible.

Partimos juntos hasta una barra de granito al otro extremo del cuarto de juegos, tomamos dos copas de champagne que nos ofrece el bartender. Sin embargo, sigo muy inquieta, no puedo quedarme por aquí; primero que nada, necesito pensar y poner algo de distancia, luego, procesar lo que acaba de suceder entre Santiago y yo.

Quiero ir afuera, respirar aire fresco y calmarme un poco porque siento que me asfixio; no hay duda, requiero perderme por un buen rato. Simplemente, tengo miedo de que esté tratando de localizarme, no me encuentro preparada para hablar con él. «¡No, aún no!».


No sé nada de Mario, aunque eso es lo último que me importa en este preciso momento. Le pido a Roberto que salgamos a la cubierta, con la justificación de que quiero conocer los alrededores de este elegante lugar y él accede sin problemas; caminamos lento, no es la primera vez que se encuentra aquí.

Es un excelente guía; subimos varias escaleras hasta que por fin me lleva afuera, donde puedo respirar la brisa que nos recibe con tan solo poner mis pies en la proa. Me pierdo viendo el profundo cielo estrellado, con una luna llena que ilumina el misterioso mar; esta sensación es tan relajante. Lo pienso, no obstante, no sé cómo diablos vine a parar hasta aquí; mi vida era tan tranquila y mírenme ahora en este barco lleno de buitres.

Mi acompañante está parado unos pasos frente a mí, recargado en el barandal; lo observo tomar un trago de su copa sumido en sus propios pensamientos y yo lo dejo ser, lo que menos necesito ahora es platicar.

Toma; ven, está refrescando. —Roberto deja la copa en el suelo, se acerca y me pone su saco; yo, instintivamente, me envuelvo en él, y, al instante, su perfume inunda mis fosas nasales con su delicioso aroma masculino.

—Gracias. —agradezco sincera.

Estoy tan agotada que solo pienso en cómo me gustaría acostarme en mi deliciosa cama; esto ha sido un largo viaje y agrégale ahora que el remolino todo poderoso de Santiago me dejó sin fuerzas, pero deliciosamente satisfecha. Él siempre sabe cómo llevarme a mi límite; al instante que mi condenado senador pasa por mi mente, me pongo a recordar lo que acaba de suceder hace tan solo unos minutos atrás. Siento cómo se me ruborizan las mejillas, ese hombre sabe cómo hacerme perder la cabeza.

Qué Será de Nosotros Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora