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Una hoja de tonalidades marrones y rojizas ceso su lucha por aferrarse; entregada a la fuerza de la gravedad, al flujo del viento. Flotaba sin rumbo, cómo, desamparadamente por encima de los taxis y de la acera, atrapada en una danza de ritmo e improvisados pasos hasta que por fin, aterrizó.

El lápiz se detuvo brevemente a media carrera, su movimiento fue interrumpido por un inesperado intruso en su camino. Ana Guerra apartó la hoja con su mano izquierda y se sentó de nuevo a examinar su progreso. Captó con perfección las líneas, obteniendo en blanco y negro una réplica exacta del parque a su alrededor: el banco que había ocupado, los desnudos árboles, los montones de hojas secas, la gente que pasea solitaria. Miró así su boceto comparando su recreación casi perfecta con la realidad, y suspiró.

¿Cómo podría ser posible llenar una página en blanco con todo lo que vio? ¿Cómo podría capturar la risa, los sonidos, la tristeza y la desesperación, con un mero movimiento del lápiz? ¿Podría acaso? ¿Era posible?

Las preguntas asomaron sobre los fantasmas omnipresentes de la falta de confianza. La necesidad de comenzar de nuevo; la necesidad de crear y recrear hasta que no haya nada que dejar a las preguntas. Rasgo la hoja del espiral de su cuaderno, y no se convirtió en nada más que una bola arrugada de desilusión, y desapareció entre una eternidad de tentativas desechadas.

"Lo siento estoy retrasado", dijo, en un tono que traicionó a su falta de sinceridad. Rozó sus labios contra el suyo en un apresurado saludo, y se sentó a su lado, metió una mano en los profundos bolsillos de su larga chaqueta negra mientras en la otra sostenía un cigarrillo encendido.

Los ojos color marrón se retrasaron en el vacío-blanco de la página. "¿Son las cinco ya?" dijo, aunque era bien consciente que eran ya casi las seis... "Supongo que he perdido la noción del tiempo." Miró entonces, los ojos verde-avellana de su novio en busca de algo a que aferrarse. "¿Se retrasó la clase?". "El profesor quería hablar de mi último trabajo," dijo él y el humo salió libre de sus labios y se escapó por el aire alrededor de ellos. De su bolsillo retiró las páginas plegadas de su mitad de período. "Compruébalo." La gran "A" blasonada en la parte superior de la página, escrita en tinta roja brillante, permanente. Sonrió, tratando de sentirse orgullosa, pero sintiendo una sensación de resentimiento en su lugar. "¿Es esto en lo que apenas trabajaste?" El "genio viene fácilmente en algunos," dijo y sonrió, chasqueando el extremo del cigarrillo en el aire... Su pelo castaño bastante largo cayó sobre sus ojos, y como si fuera un reflejo, Ana lo alcanzo para alisarlo por detrás. Él le sonrió, le besó la palma de la mano, y de paso rozó su mejilla. "Lo siento he estado tan ocupado últimamente." Ana lo observo por un largo momento, admirando los hermosos ojos que alguna vez habían tenido la fuerza para desarmarla. Donde se había ido, se preguntaba. ¿Qué quedo en su lugar? "Es realmente Javier," se dijo, a sabiendas de que uno de estos días tendría que decirle la verdad. Él se inclinó para besarla y ella sonrió contra sus labios, probando el gusto amargo y dulce de la familiaridad. Deseaba tomar una instantánea de ese momento y enmarcarla en la sombra más oscura de sus pensamientos. Quiso susurrar, "Te amo", por hábito, sin nada más. Pero ahogo el impulso y lo dejo de lado. "Entonces, ¿en qué estabas trabajando?", Preguntó, sentada atrás de él. Su mirada aterrizó en el bloc de notas en su regazo. Ana miró y se encogió de hombros, se sintió molesta consigo misma por no tener nada que mostrarle. Como hubiese querido hacer aparecer algo maravilloso en la superficie vacía de las páginas, para hacerle notar que no era el único con un valioso futuro. En cambio, se sentía desnuda, expuesta en su fallo implicando la ausencia de motivación. "Yo... tenía algo, pero lo arroje." Su risa sonaba burlona. "¿Cuál es el punto de eso?" Ana desvió su mirada de la página en blanco y la dirigió hacia la Puerta de Alcalá. Tenía razón. ¿Cuál era el punto? "Quizás no hay un punto", dijo después de un momento, buscándolo a él. "Tal vez solo esto que estoy intentado es demasiado duro". "Tal vez deberías reconsiderar todo esto de ser artista", él contestó cuidadosamente. "Quiero decir, tu padre está gastando tanto dinero para enviarte a la Universidad de Sevilla, ¿sólo para que puedas, estudiar arte?" Puso otro cigarrillo entre sus labios. "No es demasiado tarde para cambiar tu forma de pensar." Lo miraba luchando con su encendedor, momentáneamente distraído por el clic, clic, clic en cada intento fallido.

El lado ciego del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora