¿Sabes, Seto? Me gusta llamar gusanos a las personas insignificantes: se arrastran por tierra, se alimentan de la podredumbre, producen asco y, tarde o temprano, siempre son aplastados. Para un Kaiba no existe mayor vejación que esa, y por eso he decidido nombrarte como tal.
Un gusano. Eso eres ahora sin portar mi apellido.
Creíste que la inteligencia era sinónimo de madurez, que te limaría el camino hacia una vida próspera muy a pesar de la maldad que avistaste en mis ojos. El apellido "Kaiba" te sonó a poder, a riqueza, a mejor vida. Pero, sobre todo, te sonó a libertad. Todo cuanto tú añorabas para Mokuba y para ti. ¿No es así, Seto?
Craso error.
El apellido "Kaiba" es una maldición que te persigue tan de cerca como se escribe de tu nombre.
¿Por qué llorar entonces, Seto? ¿Por qué cuando ya has visto la maldad brillar en mis ojos? A través de mis orbes fríos, supiste por adelantado lo que aguardaba por ti al vencerme, lo que significaría tu victoria sobre mí. Lo leíste en mi mirada y aun así persististe.
¿Mokuba es tu simple respuesta? ¿Todas las cuerizas que has soportado de mi mano, ha sido por él? ¿Todos los castigos que te he impuesto, los has sobrellevado por él? ¿Todas las palabras hirientes que te he escupido, las has absorbido en silencio por él?
¿No has hecho nada por ti mismo, Seto?
¿No sabes cómo ser egoísta, déspota y tan cruel como la realidad?
Si no lo sabes, no podrás sobrevivir.
Si no lo sabes, no podrás llevar el apellido Kaiba.
Por eso, llora, Seto.
Llora con todas tus fuerzas. Llora a mis espaldas, llora en tu almohada cuando te vayas a dormir, derrama tu alma en lágrimas. Llora hasta que se te gasten los lagrimales y te envenenes al tener que tragar tu propio llanto.
Sufre, Seto. Siente al dolor colarse por cada fibra de tu ser, siente la piel sarpullida por los latigazos inmisericordes, siente tu cuello inflamado por escribir apuntes con el collar de perro.
Pero, por encima de todo...
Ódiame, Seto.
Ódiame para que cuando quieras llorar con todas tus fuerzas, a espaldas de los demás, en tu almohada o dejar ir tu alma en llanto, te acuerdes de mí.
Ódiame para que cuando sientas el dolor colarse por cada fibra de tu ser, cuando sientas la piel sarpullida por los latigazos inmisericordes de la vida y cuando sientas tu cuello inflamado por el apretón brioso del enemigo, te acuerdes de mí.
Ódiame para que cuando quieras rendirte, cuando quieras permanecer en el suelo a los pies de tu adversario como ahora yaces ante mí, te pongas de pie.
Y él vea las llamas del infierno que yo veo en tus ojos.
Solo un rey puede y debe destronar a otro, Seto.
Salvo cuando eso acontezca, cuando aprendas a destronar a tu oponente como lo hiciste conmigo en aquella partida de ajedrez, entonces osaré llamarte hijo.
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