Capítulo cuatro

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Al día siguiente fue por su pequeño. Alicia lo estaba esperando en la puerta, cosa que era muy extraña. Generalmente, tenía a su hijo esperándolo.

—Josué me contó que salieron con un amigo el domingo pasado —dijo molesta—. ¿Quieres explicarme qué diablos estabas haciendo? No toleraré que le restriegues en la cara a nuestro hijo tu estilo de vida homosexual.

—Alicia —dijo con toda la paciencia que pudo—. Necesitamos hablar.

—Estamos hablando.

—No aquí en la calle. ¿Me invitas a pasar?

—No. No sé si tengas SIDA y honestamente no quiero que contamines mi hogar.

—¿SIDA?

—Vamos, todo el mundo sabe que los homosexuales son unos sidosos.

Jorge contó hasta diez mientras respiraba profundamente.

—Bien, si quieres que hablemos aquí en la calle así será. Entiendo la razón de tu enojo...

—¿La entiendes? —preguntó ofendida—. ¿La entiendes realmente? Me engañaste. Me mentiste. Me dijiste que me amabas cuando ambos sabemos que era imposible que lo hicieras... Me mantuviste engañada pensando que éramos una pareja feliz y perfecta, ¡cuando en realidad te gusta recibirlo por el culo!

—Lo sé. Y no sabes cuánto lo siento. Hubiese deseado ser más valiente y admitirte la verdad. Lo menos que quería era herirte.

—¿Crees que a mí me gusta ser así? ¿Crees que me hace feliz tener toda esta ira por dentro? Te amé con toda mi alma. Me entregué a ti y... mientras tanto tú, quizás fantaseabas con otros hombres mientras yo... Olvídalo. Ya no quiero hablar de esto —dijo, pero Jorge pudo ver que claramente se tragaba las lágrimas.

—Alicia, quiero escucharlo. Como tú lo dijiste, ese odio no es saludable para ti. Y... yo estoy dispuesto a escuchar cada palabra que tengas que decirme... Mierda, las merezco.

—No quiero que seas feliz —le suplicó—. Al menos, no todavía. No mientras te odie. No quiero que avances con tu vida, no quiero que tengas un novio, no quiero que seas feliz cuando yo me siento tan miserable.

—Alicia. —Su corazón se partió en mil pedazos. Jamás quiso lastimar a esa mujer que lo había amado tanto—. Eso es algo que no puedo prometerte. Lo que sí puedo asegurarte es que haré lo que pueda para que estés lo mejor posible. Si quieres ir a terapia, pagaré por ellas. Haré lo que sea... lo prometo.

—Llamaré a Josué. —Fue todo lo que dijo mientras se secaba unas lágrimas—. Escucha, sé que lo que te dije es irracional. Lamento el comentario del SIDA, pero quería lastimarte.

—Lo lograste —le respondió.

—Pero tampoco me hizo sentir mejor. Es algo en lo que tendré que trabajar... No sé cuánto tiempo me tome. Pensaré en lo que me dijiste y te avisaré si te tomaré la palabra, ¿de acuerdo? A cambio, ¿te puedo pedir un favor?

—El que sea —le respondió ansioso.

—De verdad —dijo ella con la voz quebrantada—, no tengas novio todavía. No sé si podría soportarlo. Al menos, no por ahora.

Supuso que podría hablar con Julián y ver a qué conclusión llegarían.

—Yo... —titubeó.

—Por favor. No será para siempre, es solo que... no podría tolerarlo ahora.

—Claro —respondió finalmente.

—Gracias, de verdad te lo agradezco. —Se dio la vuelta y entró en la casa. Minutos más tarde Josué salió con su mochila—. Ah. Una cosa más. Ya que tú harás ese sacrificio por mí, dejaré que vengas a traer a Josué los sábados en la mañana y lo regreses los domingos por la noche. Eso sí, si me entero de que tienes novio, regresaremos a lo anterior.

—No te preocupes —dijo cargando a Josué—. Cumpliré mi parte del trato.

Besó asu pequeño y emocionados se fueron a casa. Ahora, solo tenía que buscar laforma de explicárselo a Julián.     

Amor en el parqueWhere stories live. Discover now