Capítulo 4

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Cuidado con lo que buscas, a veces te encuentra.

Con mi recientemente adquirido tiempo libre, que no quería, voy a un cyber a buscar información.

No puedo decir que no estoy media sorprendida cuando descubro que siguen existiendo, mejor para mí. Pago una maquina al chico del mostrador que parece medio muerto y voy a la computadora-dinosaurio cinco, que queda justo en el rincón oscuro.

Igual de oscuro que mis búsquedas por el internet.

Tiro la mochila abajo de la madera que sirve como mesa, me siento en una silla que parece que está a punto de romperse y pongo mis manos en las teclas.

Y justo ahora, con la pantalla de google preguntándome que quiero buscar, me doy cuenta que no sé qué mierda escribir.

Mierda.

Pueblo raro.

Reglas raras/absurdas/ridículas.

Abuela demonio.

Nada, cualquier cosa menos la que necesito, Wikipedia me ha fallado.

En un último intento pongo demonio, porque capaz que todos en ese pueblo son medios raros.

Y fue a partir de ese momento en que la tarde fue de fracaso a genial.

Miles de resultados saltan y voy descartando poco a poco hasta que llego a demonios y seres mágicos.

Vamos a ver.

De demonios, fui a ángeles vengadores, de ángeles a elfos y de elfos a hadas, para terminar en las cortes seelie y unseelie, todo muy raro.

Pero no tan raro como el mensaje de mi abuela que para variar, casi logra terminar de romper la silla por el salto que doy.

Cuidado con lo que buscas, muchas veces la respuestas pueden abrir las puertas equivocadas.

Cuando termino de leer, un escalofrío baja por mi espalda y miro para todos lados, el ciber sigue desocupado excepto por mí y el chico que atiende, que por suerte está demasiado ocupado mirando su celular.

Aliso mi pelo y vuelvo la atención a la pantalla, pero no puedo dejar de pensar en la mujer que dice ser mi abuela ¿tiene el don de la telepatía? Me da miedo buscar.

Mis manos vuelven a descansar sobre las teclas mientras intento asimilar toda la información que rebota libremente en mi cerebro, espero sinceramente no haber metido la pata buscando cosas, pero al mismo tiempo esta chica necesita sus respuestas. Y el mensaje de mi abuela solo me confirmo que voy por el camino correcto a encontrarlas.

Haciendo uso de mis vastos conocimientos de edición copio y pego toda la información que encontré y después como para darle un punto final, le pongo formato.

Honestamente, no sé cómo aprobé la secundaria.

El papel medio arrugado y manchado que está pegado en la esquina de la tabla tiene anotado el mail de lugar, así que mando todo y voy a imprimirlo.

El tramo de la maquina hasta el mostrador es muy raro, siento que estuviera a punto de hacer algo ilegal y un sudor frio cubre mi cuerpo mientras avanzo. No dejo de mirar a todos lados, medio esperando que mi abuela aparezca de las sombras y me cague a pedo.

El chico del mostrador levanta la ceja cuando me ve y tardo unos segundos más de lo normal en interpretar su mirada.

—vengo a imprimir un archivo que mande al mail. —mi voz sale un poco baja y tengo que volver a repetir las cosas, ahora más que nerviosa estoy mortificada.

—¿cómo se llama el archivo? —pregunta y gira el monitor para que pueda ver.

La voz sin emoción del chico me da más confianza, no le importa quién soy, no me va a volver a ver, podría estar imprimiendo cualquier tipo de información ilegal pero él no sabría.

Si, definitivamente se siente como si estuviera en algo turbio.

Miro el monitor y toda esa confianza se esfuma un poco cuando veo el nombre con lo que lo mande.

—es ese—señalo el archivo e intento que todo esto sea menos raro mirando afuera del local, de repente sumamente interesada en los autos.

¿Cómo no voy a haberle cambiado el nombre?

—¿Por qué mi abuela es un demonio: parte 1? — digo que sí y espero que esta tortura termine rápido—¿cuantas copias?

—una sola—mi desesperación incrementa al mismo tiempo que el temblor de mis manos.

Me quiero ir me quiero ir me quiero ir.

—serian cinco pesos.

Busco la plata en mi bolsillo, en la funda de mi celular y por último, en mi mochila.

La mirada del chico me hace acordar a la de un buitre, pero al mismo tiempo puedo decir que siente lastima por mí.

Dos billetes de dos pesos arrugados, uno apenas unido por una cinta, y una moneda de un peso que hace ruido cuando cae sobre el mostrador, finalmente aparecen, salvándome del clásico "vengo a buscarlo después" pero dejándome a la merced de la típica mirada de "¿Cómo hace para vivir?"

La respuesta es que vendí mi alma para vivir en una casa embrujada que mi abuela demonio me dio.

—¿queres una bolsa para llevarlo? —su tono no cambio en lo más mínimo, y quiero decirle gracias.

—no gracias, chau, gracias—guardo, o más bien meto a la fuerza, los papeles en la mochila y salgo prácticamente corriendo.

Quiero morir.

Y esa sensación solo se acentúa cuando me doy cuenta que no tengo nada que hacer más que volver a esa casa.

Por lo menos ahora tengo gatos, que se yo, una intento matarme, pero creo que el otro me quiere.

No quiero estar en medio de la ciudad sin hacer nada, pero no quiero estar en mi casa embrujada, la última alternativa que me queda: la casa de mi abuela, a la cual acabo de investigar por posible posesión.

Ya resignada porque el destino de mierda me odia, empiezo a caminar a la parada del colectivo mientras le escribo un mensaje a mi abuela preguntándole si puedo ir, porque tampoco da para caerle así de la nada.

Aunque capaz que ya sepa que estoy yendo, porque predijo mi futuro.

Es una posibilidad.

Cuando veo que la gente se me queda mirando finalmente deduzco o que me cago una paloma o que estuve haciendo caras raras que coincidían con mi dialogo mental todo este tiempo.

Guardo el celular intentando no ver a la gente y sin querer choco con alguien.

Me doy vuelta para pedir perdón y me encuentro con dos ojos verdes, que me miran sorprendidos. Y la reconozco, la chica de anoche.

Y esta es la peor parte de la tarde, una de las comunicaciones más incómodas pueden darse: la de dos personas que se conocen lo suficiente como para reconocerse en la calle, pero nunca hablaron demasiado. La típica situación de hacer contacto visual, empezar a saludar, arrepentirse y seguir caminando, todo mientras miras fijamente a los ojos de la otra persona.

Aparentemente las dos pensamos lo mismo o por lo menos bastante parecido, porque después de dos segundos de completa incomodidad doy vuelta la cara y camino rápido hasta llegar a la parada.

Y en esos momentos de silencio mientras espero, caigo en que soy una pelotuda y ahora ella también lo sabe.

Las reglas de las HadasWhere stories live. Discover now