Prologo

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El inicio

Si los eventos que vinieron después tuviesen que tener un principio, no sería la llamada de su abuela como muchos creerían, ni el grito de dolor que desgarro el cielo, sino ese papel.

Blanco, pareciera que recién impreso, inofensivo, pegado justo sobre la canilla, más exactamente a un metro setenta sobre el piso, la cinta que lo sostiene visible en las puntas, manteniéndolo fijo en medio de la pared de la cocina, resaltando contra los azulejos amarillos detrás de él.

Las palabras observan fijamente a la chica frente a ellas.

Todo está en silencio excepto por dos cosas: la gotera de la canilla que a pesar de que esta cerrada, sigue perdiendo y el ruido del viento que sopla afuera y hace crujir el techo a dos aguas de madera.

Una serie de ítems numerados decora ese infinito espacio en blanco de la hoja.

Solo hay tres reglas en el pueblo:

1- nunca camines hacia atrás

2- no des tu nombre

3- si las sombras te susurran, escúchalas, pero no contestes

¡Vení a visitarme los sábados así hablamos un poco que hace mucho que no te veo!

La chica sostiene con fuerza la valija que está en su mano derecha mientras la llave que tiene en su izquierda se desliza hacia el piso, sus piernas parece querer huir, pero algo, quizá el hecho de que no tiene dinero, la hace quedarse.

La casa cruje con cada soplido del viento, está bien cuidada a pesar de ser antigua y se rehúsa a ceder ante el paso del tiempo, mil años estuvo, otros mil se quedará.

Y el papel solo está en silencio, él nunca quiso estar ahí, o quizá sí, es un papel, no tiene sentimientos, lo único importante es lo que tiene escrito.

Las llaves caen al piso con suave clack.

¡Que empiece la carrera!

Las reglas de las HadasWhere stories live. Discover now