Frank observaba con fascinación cómo el pecho de Gerard subía y bajaba cada vez que respiraba. Su cabeza estaba a escasos centímetros de su piel desnuda, por ello podía oler el aroma extremadamente delicioso que emanaba su cuerpo.

Gerard dormía tranquilamente, y a los ojos de Frank, parecía un ángel caído del mismísimo cielo.

La respiración lenta de su amado lo inducían a una especie de paz interior. Paz porque Gerard respiraba, porque estaba vivo.

Jugó con su cabello despeinado, enredándolo en sus dedos tatuados.

De pronto una cálida ráfaga de viento entró por la ventana, inundándolo del aroma a comida que desprendía la panadería cercana a la casa de Gerard.

Bajó las escaleras y se adentró a la cocina, dispuesto a preparar un buen desayuno para cuando el bello durmiente se despertase.

— Pensé que te habías ido.– Frank se sobresalto al oírlo.— ¿Qué haces?
— Buenos días.– Saludó Frank con ternura, antes de darse media vuelta y mostrar las dos tazas de café que había preparado.— ¿Cómo amaneciste?

Gerard estaba vestido solo con un bóxer negro, dejando poco a la imaginación.

— ¿Qué haces?– Repitió Gerard ya un poco fastidiado. Fastidio que Frank pasó desapercibido.
— Preparé el desayuno, ¿Te gusta? Todavía está el pan en la tostadora, pero de mientras podemos comer un poco de cereal. El otro día en la oficina pude ver que te gustaba el café, así que me tomé el atrevimiento de...
— ¿Qué?– Lo interrumpió, creyendo que le estaba tomando el pelo.— ¿De qué estás hablando?
— ¿No te gusta el café?– Preguntó con inocencia.— Si quieres puedo ir a comprar otra cosa...
— Pensé que te habías ido.– Dijo nuevamente, tal vez así su compañero de trabajo captaba la referencia.— ¿Qué haces aquí todavía?
— Pensé que...
— ¿Pensaste qué, Iero? Mi novia debe de estar por llegar, espero que te apresures y te marches. No quiero tener problemas con ella.

A Frank le cayó un balde de agua fría. No pensaba que Gerard -su Gerard- fuese así. Mucho menos que tuviese una novia...
Todas sus palabras bonitas habían sido un engaño para tener una noche alocada con ese pobre chico enamorado.

— Pensé que... Pensé que...– Frank no podía hablar, un nudo en su garganta se lo impedía.
— Mañana a primera hora quiero el informe que te pedí, Iero. No acepto retrasos ni errores.

Frank sin decir nada dejó las tazas de humeante café en la mesa y subió a la habitación de Gerard, se vistió rápidamente y se dispuso a salir de esa casa. Pero una mano lo detuvo.

— Cuando quieras podemos repetir...– Le dijo Gerard con un guiño, y le dio un pequeño beso en los labios

Frank, con la poca dignidad que le quedaba, le pegó una cachetada y se marchó.

Historias Frerard IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora