capitulo 22

1.4K 92 5
                                    

   Lauren supuso que habían pasado ya varios días desde que tuvo ese breve encuentro con la mujer que le susurró la palabra en clave. Aunque todas las mujeres que la atendían llevaban un burka, la mayoría eran más fuertes, de manos envejecidas, y no eran, desde luego, tan amables. Parecía que les molestaba tener que cambiarle las vendas, pues no escatimaban en brusquedades y rudos empujones para acabar lo antes posible, poco preocupadas por la limpieza de la herida. También tenían que acompañarla al retrete y no apartaban la mirada de ella en ningún momento, lo que parecía disgustarlas especialmente. La mayoría de las veces, Lauren se esforzaba por permanecer impasible, pero cuando se ponían demasiado insoportables, les clavaba miradas amenazantes o incluso les pegaba algún grito, descubriendo que enseguida se acobardaban. Los hombres que la custodiaban parecían fascinados tanto por su talla como por el color de su pelo y de sus ojos. Era más alta que la mayoría de ellos, lo que parecía intimidarlos un tanto. Supuso que nunca debían de haber visto a nadie de ojos verde, salvo tal vez en la televisión. En cuanto a su herida, no parecía mejorar, sino, al contrario, se estaba infectando y comenzaba a notar fiebre. Necesitaba con urgencia unos antibióticos, probablemente difíciles de encontrar en esa parte del mundo; en cuanto a los que había en su cápsula secreta, no eran fáciles de conseguir con la vigilancia constante a la que la tenían sometida sus hostiles guardas. Un día por fin volvió a aparecer la muchacha de la primera visita; la reconoció por sus manos y por la amabilidad de su trato.

    Lauren llevaba tiempo hablando a todos sus raptores, para que se acostumbraran a oírla continuamente y también para comprobar cuáles de entre ellos comprendían inglés. Así que se dedicaba a lanzar bromas, a hablar del tiempo o incluso a insultarlos con una sonrisa en la cara. Se fue dando cuenta de que la mayoría de ellos no entendían nada, pero unos pocos sí. Cuando no estaba segura de ello, daba por hecho que lo comprendían. Con esos era con los que tenía que tener más cuidado, pues eran los más astutos. Por suerte, con respecto al guardia de ese día, estaba segura de que no entendía palabra de inglés, aunque se preguntaba si la muchacha conocía este idioma. Aunque el burka dificultaba la comunicación, Lauren, como siempre, no paraba de hablar; le contó cosas de su vida, de qué parte de Estados Unidos procedía e incluso le hizo comentarios un tanto maliciosos sobre algunos de los guardas. Al poco rato, se dio cuenta de que, de vez en cuando, la joven se estremecía silenciosamente de risa debajo del burka e incluso, en una ocasión, tuvo que llevarse una mano a la boca para reprimir una carcajada. «¡Eureka!»

    Lauren pudo apreciar, tras una parte más translúcida del velo, una amplia sonrisa acompañada de una blanca dentadura. La muchacha colocó un dedo frente a la boca de Lauren, para que dejara de bromear. Esta se calló y le devolvió la sonrisa. Le susurró «azadi» y se tendió en su catre, sintiéndose de repente cansada y dolorida. La mujer le retiró con suavidad las vendas y enfocó la linterna en la herida. Lauren escuchó un brusco resoplido que vino a confirmar lo que se temía: tenía que conseguir antibióticos lo antes posible.

—¿Cómo te llamas? ¿Puedes llevarme al baño?

    La chica se sentó sobre los talones y se alzó, ayudando a Lauren a levantarse. Esta lo hizo con torpeza, sosteniéndose casi sobre una sola pierna. Intentó pasar un brazo por su hombro, para poder caminar, pero los grilletes se lo impidieron. La mujer llamó a la puerta para que el guardia les abriera.

    Este lanzó una ojeada a la herida y puso cara de asco. Así que, cuando le pidió que le retirara a Lauren los grilletes de las manos para que esta pudiera apoyarse en ella y llegar hasta el baño, el guardia lo hizo rápidamente y les indicó, con un gesto, que le siguieran, cosa que hicieron a trompicones. El guardia se paró en el umbral del baño, las dejó pasar y cerró la puerta tras ellas. Se trataba de un cuartito bastante inmundo para los estándares occidentales, pero que tampoco estaba tan mal para lo que solía darse por allí. La muchacha le dio la espalda, dedicándose a intentar sacar un poco de agua caliente del grifo, mientras Lauren usaba el retrete y se extraía de su interior un objeto del tamaño de un tampón. Cuando se volvía a subir los pantalones, la chica se giró y se quedó estupefacta, con la tela de la venda colgando de una mano.
Lauren sabía que se estaba arriesgando mucho; sin embargo, ya no tenía elección. Desenroscó rápidamente la pequeña cápsula y volcó su contenido en la palma de la mano: un montoncito de pastillas, así como otra cápsula más pequeña, y tendió el brazo para que la muchacha pudiera verlo. Cuando esta se acercó para examinarlo a través del velo, Lauren murmuró:

Operación furor de tormenta (Camren) Adaptación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora