Pasaron unas horas antes de que él se diera cuenta de mi presencia. Para mi sorpresa, no me echó de su pequeño escondite. Nos quedamos mirándonos hasta que se formó una nueva constelación.
Después hablamos de cosas sin importancia. Hablamos de caminos sin salida, del deseo, de la noche sin luna y del movimiento del viento. Nuestro comienzo fue una brisa que poco a poco se transformó en tornado.
Pasé a ser su musa, su inspiración, unos trazos, la razón. Pero la diosa estaba presente en su mente todo el tiempo. Ella seguía siendo el centro de su universo. Me sentía frustrada, como pájaro sin alas, condenado a observar el infinito atardecer.
Arisha.
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Ocaso
PoezjaÉl estaba perdido antes de conocerla. Ella, la diosa, lo salvó de la caída y lo enamoró sin palabras. Después de ella, ¿quién querría a una musa?