Después de explicarme, muy por encima, lo que Christine había descubierto, la agarré del brazo y la saqué a rastras de su antigua casa.
Antes de salir, ella se soltó de mi brazo y corrió hacía su habitación, volvió unos minutos después con una maleta en su mano. También me di cuenta de que se había puesto la gorra que yo le había regalado cuando visitó mi casa hacía unas semanas y que a mí parecía que hubiesen transcurrido años.
— He cogido algunas cosas —me informó, luego señalando la gorra, dijo —. Fue un regalo de alguien a quien quiero mucho, no podía dejarla ahí.
Sonreí. Chris era increíble.
Salimos de la vivienda y nos escondimos en un portal cercano.
La situación era mucho más peligrosa de lo que yo había imaginado y antes de volver a mi casa quería asegurarme de que nadie nos había visto y de que nadie nos seguía.
Aquellos papeles que Christine había encontrado eran muy perturbadores.
Había varias cartas donde se citaba el nombre del tío de Christine y junto al de él, también había otros nombres, todos ellos de altos cargos de la cúpula nazi. No es que yo supiera mucho de esas cosas, pero quién no había oído hablar de Himmler, Goebbels y algunos otros más, todos ellos capaces de ponerle la piel de gallina a cualquiera.
—¿Tu tío Jerome es un colaborador de los nazis? —Dije sin aliento.
—Parece ser que sí. Lo que sigo sin entender es cómo podía trabajar para ellos siendo judío como nosotros. ¿Es un traidor?
—No lo sé —dije —, pero ahora veo mucho más probable que el matara a toda tu familia. Si tu padre estaba en posesión de estos documentos...
—¿Qué piensas? ¿Crees qué mi padre podría estar haciéndole chantaje a su propio hermano, de ahí que se pelearan?
—Ya no sé qué pensar —contesté —, ni tampoco sé qué debemos hacer ahora.
—Creo que la única opción que tenemos es entregarle estos papeles a la policía. No sé si mi tío será un asesino, pero trabaja para otros que si lo son. No podemos cruzarnos de brazos.
Aquello era algo que nos superaba: Asesinos, nazis, colaboradores, odio, muerte y sangre. No era lo que esperaba uno de un tranquilo verano. Claro que estando en guerra, las cosas no eran ya de por si nada tranquilas.
Sólo éramos dos niños jugando a un juego muy peligroso. Un juego en el que varias personas ya habían perdido la vida.
Dejé a Chris escondida en el portal y eché un vistazo a la calle, poco transitada a esas horas. A parte de un par de mujeres que seguramente iban al mercado, al único que pude reconocer fue a Johann Kaufman, el librero.
¿Podría confiar en él? ¿Cómo saberlo?
Era alemán y eso siempre me había hecho sospechar de él y aunque sabía que no todos los alemanes compartían la ideología nazi, a él no le conocía lo suficiente.
Fue el librero el que me vio y se acercó a donde yo estaba.
Pensé que iba a saludarme cuando lo que hizo fue agarrarme del brazo y retorcérmelo. Gracias a Dios era el brazo sano.
—No sé a qué estáis jugando, pero esto es muy peligroso para vosotros —me dijo con su rostro prácticamente pegado al mío y una expresión de cólera que nunca le había visto —Di a Christine que salga del portal y venid conmigo a la librería.
¿Cómo lo sabía?
Mi cara de asombro debió de ser demasiado esclarecedora para él.
—¿Crees que no sé desde el primer momento que ella se oculta en tu casa, Pedro? —Murmuró bastante enfadado —Demasiada casualidad que justo cuando desaparece tu amiga, recibas la visita de un primo a quien no habías visto en toda tu vida. El otro día, al veros, confirmé mis sospechas, ¿crees que no iba a reconocerla, aunque se hubiera cortado y teñido el pelo? En mi trabajo nos dedicamos a eso...Descubrimos cosas que para los demás permanecen ocultas.
—¿Su trabajo? —logré articular —. ¿Es usted nazi?
—¿Nazi? No me vengas con estupideces, crio de los demonios. Soy de la résistance...
Aquello sí que no me lo esperaba. ¡La resistencia! ¿Johann Kaufman trabajaba para la resistencia francesa?
—Ahora entrad inmediatamente antes de que alguien más os vea.
Fui a por Chris y le dije que me acompañara. Ella al ver al alemán dio un paso hacia atrás.
—No te preocupes —le dije —, creo que podemos confiar en él, es de la resistencia.
Entramos en la librería y el anciano se encargó de cerrar la puerta y echar las cortinillas de las ventanas después de haber colgado un letrero que decía: Fermé.
Luego fue al fondo de la librería, donde había un gran estante de libros y pulsó un botón que había allí oculto. Una gran sección de la librería que había en la pared de enfrente se movió, dejando ver una puerta oculta. Era una habitación secreta.
Nos hizo pasar dentro y volvió a cerrar la puerta detrás nuestro.
Kaufman observó a Christine y le quitó la gorra, luego agitó su cabello y sonrió.
—Me alegro de volver a verte chéri. Es un milagro que aún sigas viva, sobre todo después de que tu tío fuera ayer a buscarte.
—¿Como sabe usted todo eso? -Le pregunté.
—Lo sabemos todo, Pedro. Nada escapa a la inteligencia francesa. En realidad, llevo muchos meses observando a tu familia, Christine. Sabíamos que tu padre guardaba ciertos documentos muy importantes relacionados con tu tío. Por cierto, él es nazi. Es un espía que opera en Londres bajo el pseudónimo de Príncipe Albert. Lo sabemos todo de él, pero nos interesan más otras personas con las que sí se relaciona.
—Si sabían todo eso —dijo Chris enfurecida —. ¿Por qué no pudieron salvar a mi hermano y a mis padres?
—No pudimos hacer nada. El asesinato de toda tu familia nos pilló por sorpresa. Aún no sabemos quién fue el que los mató.
—¿No fue el tío de Chris? —Quise saber.
—Él no pudo ser, porque cuando se cometieron los asesinatos, Jerome Valois aún estaba en Londres.
—Entonces, ¿quién puso ser?
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Tal vez el último verano (Terminada)
General FictionAquel verano de 1942 fue el primero de muchas cosas: Mi primera bicicleta, mi primer amor y... la primera vez que asesiné a alguien. Pero también fue el último, porque perdí mi inocencia y dejé atrás mi niñez que ya nunca volví a recuperar. ...