Lo hermoso en lo destruido

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Hace un tiempo me di cuenta de algo.

Siempre me gustaron los hermosos adornos de mi vieja casa. Mi primo hacía todas y cada una de ellas a mano, con arcilla. Pequeñas estatuillas con formas brillantes de bailarinas, mariposas, lunas, y rosas.

Amaba a mi primo, era el que más amaba en la casa. Todas las tardes charlabamos, me contaba de filosofía y criterios vagos, mientras el dulce aroma a pistache recorría el aire.

Aunque mi primo era muy cerrado y nunca supe si me quería o no; un día, por algún motivo, pensé que había hecho una estatuilla para mí.

Era una pequeña muñecha sentada, muy hermosa, justo como a mí me enamoraban.

Con ilusión, le pregunté.

Pero sólo recibí un golpe.

«Eso no es para ti»

Lloré de pena, por la ilusión que ahora estaba rota.

Todos los días admiraba la estatuilla, su belleza, su delicadeza.

Deseaba firmemente que fuera para mí.

Deseaba ser parte de aquél hermoso arte.

Deseaba ser parte del arte de mi primo.

Hasta que un día, pasó.

«Esa estatuilla la hice porque me recuerda a una niña tonta, mira su vestido raído y horrible. Mira su cabello quebrado, y sus pies torcidos. De todas mis estatuas, ésta es la que menos me gusta»

Se giró.

«Esa es la tuya, disfrutala»

Y se fue.

Abracé la estatuilla con delicadeza, sintiendo mi alma quebrarse y mis lágrimas salir a borbotones. Miré la muñeca y me sorprendió verla de otra manera.

¿Cómo algo que consideraba tan hermoso, ahora podía poseer un aura tan quebrada y triste?

¿Cómo algo que deseaba con tanto fervor, ahora es tétrico, traumante, y horrible?

Abracé aún más la estatuilla, sintiéndola rasgar mi piel.

Estaba quebrada, pero simplemente, era hermosa.

BellísimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora