Capítulo 3.

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Paso del asco a  la absoluta perplejidad, y segundo después me siento indignada. Sin pensarlo dos veces cambio de dirección, ahora voy hacia ellos, ojeando a los alrededores a ver si hay otra persona que pueda ayudar.

El hombre se percata de mí, sujeta a la chica fuertemente por el cabello y la arrastra hacia el callejón. Oírla llorar y gritar de dolor me desgarra los tímpanos. Empiezo a sentir la sangre caliente y la necesidad de ayudarla ahora en todo lo que puedo pensar. Se podría decir que en la avenida no hay nadie más que ellos y yo. ¿Cómo podría ayudarla, si no tengo con que defenderme? ¿Qué hago?

Escucho otro alarido desde el callejón, esta vez más lejos. Comienzo a dudar, tal vez simplemente no deba meterme, al fin y al cabo ella tuvo que haber hecho algo para estar en aquella situación, como esas chicas que se paran "a trabajar"en las esquinas  de las avenidas mas transitada, aunque también puede ser una chica como yo, quien tampoco debería estar caminando sola por estos lugares en camino a una fiesta. Pensándolo bien debí aceptar la idea de Jess de recogerme en mi casa.  A pesar de todo esto, inconscientemente me dirijo hacia el callejón, mi cuerpo parece tomar la decisión antes ya que sin darme cuenta comienzo a correr persiguiéndolos. Cruzo hacia el callejón y a medida que escucho el llanto de la chica mi corazón palpita aceleradamente y mi cabeza se nubla. No tengo con que ayudarla pero ya se me ocurrirá algo.

Los alcanzo y veo al hombre que la toma por el cuello contra la pared. Ella tiene los ojos cerrados y las lágrimas humedecen sus mejillas. Mechones rosados se le pegan al rostro.

El musita palabras en un idioma extraño. Su voz suena furiosa mientras ella niega con la cabeza y gimotea palabras, una y otra vez, sin que el hombre la suelte.

— ¡Hey! ¿Qué te pasa? ¡Es que no te enseñaron que a las mujeres no se les maltrata, abusador! —le grito con ira.

— Aléjate de aquí, no te metas —sisea sin quitar la vista de la chica temblorosa.

— No me iré a ninguna parte, Suéltala o. . . ¡Llamaré a la policía!— el hombre suelta una carcajada que me eriza la piel.

Bueno, es verdad que la policía no haría nada. ¿Y dónde encontraría a un policía aquí? Esa gente parece tenerles más miedo a los choros que los choros a ellos. Pero es lo único que se me ha ocurrido decir.

— ¡Lárgate! —brama haciendo eco en el angosto callejón, y su voz me congela. Es borde, cortante, y algo dentro de mí grita peligro.

Por mis venas corre una sensación espeluznante, puedo sentir el corazón palpitar violentamente, mi piel esta helada y mi mente nublada y solo quiero salir corriendo. Algún instinto que estaba dormido hace cinco segundos clama que ahora si estoy en peligro.

Pero ya estoy aquí y no me marcharé cobardemente para dejarla afrontar sola un destino tan negro. No es mi problema pero ya estoy dentro. ¿Oh por Dios, que estoy pensando? Por hacerme la héroe puedo estar metida en algo peor.

Busco histérica a mí alrededor por algo que pueda usar para herirlo y pueda darnos tiempo de escapar. ¡Bendito sea Dios! La gente siempre bota cosas en la calle ¿y justo ahora no encuentro nada? Diviso una solitaria botella en la esquina y corro a agarrarla. Comienzo a sentir la adrenalina extenderse por mi cuerpo.

— ¡Te he dicho que te largaras!—grita y al momento en que voltea a verme lo golpeo con la botella con todas mis fuerzas.

Esperaba que sucediera como en las películas; que el hombre cayera al suelo inconsciente. Pero no sucede así, tan solo lo he empeorado.

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