Capítulo 2.

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Ella era una chica con problemas, no era realmente atractiva pero tenía su encanto; era de estatura media, delgada como un esqueleto, de cabello largo color castaño oscuro y ojos cafés con brillos dorados que se distinguían solo cuando el sol tocaba su mirada; tenía 19 años, y un carácter débil y frágil al igual que su autoestima; su pasado oscuro había eclipsado cualquier rastro de vida, alegría o compasión. Ella ahora estaba convertida en una roca, una roca que comía, caminaba y hacía lo que tenía que hacer solo por la remota casualidad de que algún día las cosas fueran a ser diferentes, más grande era su decepción sabiendo que cada día que pasaba era solo un día más de su martirio interminable.

Ella estudiaba la universidad y cada mañana tenía que salir en su Tsuru modelo 1990 que sacaba humo por todas partes y hacia demasiado ruido, ella odiaba el auto, pero era eso o 32 kilómetros en transporte público, y si había algo que odiaba más que su auto era tener que subirse en un camión lleno de gente ruidosa.

Kay tenía problemas consigo misma, era común que tuviera las muñecas al rojo vivo, en sus intentos por despedirse de este mundo. Las cubría sin dificultad con suéteres holgados o blusas con manga larga. La vida usualmente parecía querer ayudarla, el clima estaba a su favor, la ciudad donde vivía estaba siempre nublada y hacia demasiado frio; Incluso nevaba en los meses de invierno y en los meses de lluvia, los caminos se llenaban de una niebla gris y espesa. Vivir en ese lugar era como estar viviendo entre las nubes.

La chica con tendencias suicidas no se alimentaba bien, y su cuerpo era una viva prueba de ello, los huesos en su columna vertebral se asomaban, remembrando a cordilleras puntiagudas. Kay no se valoraba, no valoraba la vida y casi cada día se enfrascaba en con un nuevo intento para deshacerse de aquella horrible experiencia, pero siempre fallaba o se detenía, pero no porque no quisiera hacerlo, sino por una persona. Su única y mejor amiga, quien no soportaba la sola idea de las atrocidades que la otra chica pensaba cada día, y quien no soportaría la muerte de ella sin culparse por no poder haber hecho nada para impedirlo.

La larga y sinuosa vida de Kay le había dejado marcas, tanto físicas como mentales, aquel cuerpo con escasos años se veía más grande y desgastado de lo que debería. La vida se le escapaba incluso cuando no corría peligro y avanzaba solo porque no tenía otra cosa más por hacer, no quería seguir, pero tampoco hallaba un modo de detenerse.

A su vida había llegado un chico nuevo hacía unos meses, él era alto, con un cuerpo bien trabajado, ojos negros como el carbón, un cabello güero blanquizco y un mechón azul que le cubría la mitad del rostro. Él era el tipico chico problema, hacia lo que quería cuando quería sin importarle lo que los demás pudieran decir, sin importarle incluso que pudiera lastimar a alguien. Y claro que no le importaba, después de todo no tenía la capacidad de sentir algo por los demás.

La mayoría de la gente prefería guardar su distancia, pero para Kay el peligro siempre había sido algo tentador que la llamaba y quería hacerla formar parte de él. Como todo buen chico malo Lucas obtenía siempre lo que le placía y Kay era parte de eso, ella había tratado de negarse al principio, pero después de un par de trucos seductores, terminó cayendo directo en sus brazos.

Pero es que ¿Quién podía resistirse?

Para él, ella solo era un juguete, al que solo hacían falta un par de dulces palabras para que terminara haciendo su voluntad, eso siempre ocurría. La chica siempre cedía a las exigencias de Lucas, quien además de todo, se aprovechaba perfectamente de eso, para hacer que ella cometiera actos que nadie en su sano juicio haría. A ella realmente no le importaba, el sentimiento de ser querida era mejor que nada y aquel hombre en ocasiones había sido el motivo por el cual ella no había jalado el gatillo, aunque a él realmente no le importase si lo hiciera o no.

Ángel Guardián || Disponible en dreameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora