Lluvia en verano

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Luego de dos días, no quedaban charcos ni olor a tierra mojada. La gente caminaba con tranquilidad por las calles que antes estaban vacías, todo comenzaba a ser monótono otra vez y el vacío se volvía a hacer cargo de mi pecho, pero estaba vez, había algo diferente. Dejando de lado todos los pensamientos negativos y absurdos que normalmente tenía en mi cabeza, ahora empezaba a nacer otro ajeno a todo lo que alguna vez pensé. Una bonita sonrisa inevitable nacía entre las nubes grises. Crecía e iluminaba todo a su paso junto con un color rojo furioso que pertenecía a un alma en pena en mitad de la intemperie un día de lluvia.

Me adentre a la pequeña casa que me resguardaba de todo lo que podía dañarme y con pereza comencé a cambiar todo lo que había a mi paso. Aquel florero azul, que mantenía las rosas con vida terminó junto a la ventana que tenía manchas y cicatrices que provenían de la lluvia de hace dos días. 

- Mirarte a los ojos y bailar...- El silencio que me envolvia normalmente fue reemplazado con unas suaves y felices melodias que salian por la radio que se encontraba a unos metros de mi. 

Llegué a la conclusión de que ese día me sentía feliz, a pesar de esa molestia en mi pecho, tenía la necesidad constante de sonreír sin que algo me hubiera ocurrido.
Siempre pensé que la felicidad era para los mentirosos, pero desde que apareció ante mí esa silueta, todos mis ideales junto con mi realidad se voltearon y ocurrió un cambio.
Me volví una mentirosa también, y tú eras mi más perfecta mentira.

Aquel día tenía ánimos de todo, sentía que podría conquistar el mundo si me lo propusiera, pero solo llegué a concretar la misma rutina que comencé hace algunos meses atrás; caminar hacia aquella vieja y amada línea del tren. Mi lugar seguro
Era extraño, pero prefería aquello en vez de conquistar al mundo, siempre pensé que valía mucho más la pena sentarme a ver cómo pasaba la vida, no quería que me llevara a su ritmo, no quería moverme junto a ella de una forma rápida. Me gustaba disfrutar de las pequeñas cosas que me brindaba, como aquel atardecer en que me regaló algo más que un cielo bonito y la sombra de unos árboles a lo lejos.
Obtuve un regalo que anhelaba, pero que no me atrevía a admitir en voz alta. El paisaje más bonito que pude ver alguna vez y que estaba reflejado en otros ojos. Unos ojos inundados en cafeina, desolación y tristeza. 

Los ojos de un extraño que esa tarde aprendió a observar en vez de solo ver, que pudo adorar la naturaleza mientras yo lo adoraba en silencio. Esa tarde descubrí que al igual que los demás, eras un rehén de la vida, pero que anhelabas salir y dejar todo algunas veces. Tenías la esperanza de que todo cambiara algún día y en silencio, como todas las cosas que hacía, prometí ayudarte y esperar el momento perfecto para sacarte y mostrarte los pequeños detalles que todos ignoraban. También logré descubrir que ese atardecer solo me venía a advertir de aquella lluvia en verano que todos querían, pero nadie se atrevía a aceptar. Hablamos hasta que anocheció, te conté mi fascinación por las estrellas y te hablé de la historia de cada una de las constelaciones y también de aquella leyenda japonesa que tanto me gustaba. 

Esa noche sentí que estaba todo bien.

WonderwallWhere stories live. Discover now