11 de Marzo, 2017.
Siempre he pensado que en el mundo la gente no es tan distinta, supongo que uno no piensa las cosas y se cree único de cierta manera. Pero hay veces en que somos tan semejantes que llega dar un poco de miedo. A lo que quiero llegar es que, si lo piensas, todas las cosas tienen 2 grupos. El bien y el mal, por ejemplo, el si y el no, también podría ser.
Los que creen y los que no, es el perfecto para esta ocasión y es que, si me tuviera que quedar de un bando, sería de los que no creen.
No creo en la vida, pero no me malinterpreten, no estoy diciendo que quiero acabar con ella, solo que ésta tiene tantos enfoques que llegó a desconfiar del siguiente minuto que viviré, tampoco creo en las sonrisas de felicidad, ya que, estos años me han demostrado que no siempre son reales.
Puedo decir que no creo en bastantes cosas y desconfío de otras tantas, la gente a las personas como yo les llaman pesimistas, yo nos llamo realistas.
Aquel día, el cielo estaba derrumbándose sobre mi cabeza, podía sentirlo. Mi cabello estaba empapado, al igual que mi vestido y las cientos de hojas con historias que nunca terminaran.
Una de las cosas que nunca entenderé, es el porqué de mi apego emocional hacia esa línea del tren en la que me encontraba de hace unas horas, de la cual mis pies desnudos colgaban a más de 15 metros de altura haciendo que el viento feroz que corría en ese instante los moviera de un lado a otro a la vez que hacía que mi cabello choque brutalmente con mis mejillas.
Ya era tarde y la luz del día que apenas alumbraba estaba desapareciendo por completo, lo que me decía que ya era hora de marcharme. Me levanté y caminé hacia la orilla, hacía la salvación, sin importarme demasiado la delgada línea que había entre mi seguridad y una muerte segura.
Comencé a tambalearme de un lado a otro, bailando al compás de las gotas de lluvia y después de unos minutos, llegué al comienzo, tome mi bolso y los zapatos que se encontraban al lado de este, para luego colocarlos en su respectivo lugar.
Las calles interminables estaban desiertas, no había síntoma alguno de realidad en ellas, podría dar mil explicaciones sobre por qué ocurría aquello, pero, la que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza, era solo una; los días en que el cielo se rompía, son perfectos para las almas en pena. En estos días es donde obtenemos tranquilidad, no hay mucho ruido ni distracción, salvo por el choque de las gotas con el suelo o tal vez también en los techos.
Las personas nunca esperan encontrar al amor de su vida así y mucho menos yo.
Pero ese día, sucedió algo sin respuesta alguna.
En un mundo de color gris, el final de una calle se dejó ver un alma en pena que dejaba un rastro de color rojo inhumano, un largo cabello negro y unos ojos sin brillo alguno que, aunque su naturaleza no lo permitiera, me sonrieron con delicadeza y sencillez.
Mis ojos chocaron con los de él de una forma furiosa, como cuando un pintor choca el pincel en una hoja después de un mal día. Comenzaba con el corazón latiendo a mil, viendo como la pintura caía, manchaba todo, pero después de eso, aquellas manchas de pintura forman un algo que deja atónito a todo aquel que lo viera.
Sentí como si el tiempo se hubiera paralizado, llegué a escuchar como mi reloj de mano se silenció y dejaba de avanzar. Como si la lluvia, el viento, la hora, el mundo se hubiera detenido solo para presenciar aquel momento, para sentir lo que nuestras almas estaban sintiendo al verse por primera vez.
Solo sentía como mi corazón intentaba escaparse de mi pecho y correr hacía los brazos de aquel desconocido que lo enamoraba con su sonrisa tímida.
Mi vista se tornó un poco borrosa y mis mejillas se encendieron ante ese precipitado pensamiento. No comprendía qué estaba sucediendo, pero tampoco haría lo necesario para intentarlo, solo por una vez en la vida quería disfrutar de ese sentimiento ajeno a lo que siempre había sentido.De lo único que era totalmente consciente en ese instante es que seguía caminando y aquel extraño se acercaba aún más hacía donde me encontraba. La velocidad con la que iba disminuyó y comencé a escuchar sus pasos a la vez que veía todo con más claridad. Lo ví pasar por mi lado, nuestros hombros se rozaron y una corriente eléctrica se posó en mi cuerpo y recorrió todo a su alcance. Se detuvo en mi estomago y luego en mi pecho, para seguir con el siguiente paso: explotar. Independiente de todo lo que sucedió antes de eso, el único sentimiento que sí conocí, fue el que se instaló en mi luego de aquella explosión de adrenalina.
Tranquilidad.
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Wonderwall
Novela JuvenilTengo la necesidad de escribir sobre él, sobre el muro de las maravillas, sobre mi refugio. O por lo menos el que fue por unos momentos. Siempre he desconfiado de las personas que dicen creer sobre el amor a primera vista, siempre pensé que era casi...