➳La deseo

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Llegaron a la casa, en donde el castaño estaba completamente serio. Esperó a que Astrid terminara de ducharse. Estaba pensando y pensando de lo qué Daven podía hacer para quitársela.

Quería aguantarse sus ganas de reclamarle a ella. Hoy se dio cuenta que lo seguía amando, pero recordar la expresión dudosa de Astrid cuando le hizo la oferta, lo hacía rabiar.

La rubia salió, con el cabello mojado, posicionado en su hombro. Ya traía sus prendas de dormir. El día había sido relajante, pero esa última escena no fue nada agradable para ella.

— ¿Pensabas irte con él? —soltó, dolido —. ¿Tanto daño te hice? —Astrid no entendía. Hiccup tenía lagrimosos los ojos.

Se levantó de la cama y se armó de valor para decir lo siguiente.

—Te escuché hablando con Daven, donde él confesaba su amor por ti —no podía mirarla a los ojos.

Quería pretender que todo avanzaba normal, pero tenía esa grandísima inquietud en el pecho que no lo dejaba descansar. Astrid estaba anonadada.

—Por Dios, Hiccup... —quería hablar, pero realmente no sabía qué decirle.

—Vi tu rostro. Yo conozco esa expresión. Yo sé cómo reaccionas cuando tienes dudas —la miró —. ¿En verdad considerabas irte? —y posó su mirada en la de ella. La tomó de los hombros, firmemente, para evitar que volteara hacia otro lado. Sin embargo, no la estaba lastimando —. No desvíes la vista, sólo quiero la verdad. ¿Lo consideraste?

La rubia suspiró y bajó la cabeza —. Sí, lo hice.

Los ojos de Hiccup se empañaron, nuevamente. Pensar que por sus idioteces la hubiese perdido para siempre, a ella y a su bebé. No la culpaba. No culpaba su posible decisión.

No era algo bien visto, desde luego, pero todos cometían errores en momentos de desesperación.

—Sólo quiero que sepas, Astrid, que no estoy dispuesto a dejarte ir tan fácil —se miraba débil, con los ojos húmedos y rojizos. Una pequeña lágrima bajó por la mejilla de Hiccup, llegando a sus visibles pecas, destinada a su labio. La situación sí que le pegó.

Astrid no permitió que el amor de su vida siguiera derramando lágrimas, mucho menos por una tontería que estuvo a punto de cometer, pero que gracias a todos los dioses, recapacitó.

Se acercó a su esposo con lentitud, haciendo que éste la mirara a los ojos. Se quedaron unos segundos observándose, simplemente, notando lo mucho que se necesitaban y lo mucho que extrañaban estar así de juntos, así de cerca de unir sus labios.

Hiccup yacía desesperado. Deseaba con ansias romper el pacífico momento y unir sus labios de una buena vez, pero antes, quería ver esos ojos azules como el cielo, que cualquier trato brusco hacia ellos, los hacía enrojecer. En ellos pudo darse cuenta que su lady seguía sintiendo lo mismo.

Finalmente, dio el pasó. Tomando por la nuca a la rubia, siguiendo unos perfectos y delicados besos por sus labios, con movimientos lentos, disfrutando el momento, recordando viejos tiempos, recuperando meses perdidos.

—No me dejes ir nunca —mencionó, con sus brazos puestos sobre el torso de Hiccup, mirando los ojos verdes, color tan profundo y fuerte como los árboles del bosque.

Fue una reconciliación tan agradable para ambos. Se extrañaban, extrañaban la sensación del roce de sus pieles, de sus miradas penetrantes a los ojos, de sus besos largos y apasionados, de compartir historias juntos, de sentirse otra vez uno solo.

Pero, había una persona que no estaba de acuerdo con esta situación, y era aquel que miraba receloso por una de las ventanas. Envidia sentía que ese patán tuviera a la mujer más hermosa, a la mujer que él deseaba en cuerpo y alma, con la que quería compartir su vida, pues gracias a ella, pudo superar una pérdida que creyó nunca olvidar.

No estoy dispuestoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora