Capítulo 2

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Loreley

Como cualquiera acostumbrado a repetirme, retomé mi típica rutina de fin de clases. Todas las mañanas desayunaba ligero, me pasaba la mañana fuera haciendo cualquier cosa, volvía a tiempo para hacer la comida, me duchaba y me marchaba de nuevo al trabajo. Perdí la noción del tiempo, así que cuando Taiga empezó también sus vacaciones lo agradecí bastante.

- Hace tiempo que no salimos a explorar la ciudad, ¿verdad? - dijo ella la mañana siguiente a estar de vacaciones.

Sin que pudiera darme cuenta, las dos estábamos fuera de casa y yo cargaba con un paragüas. La calle me era completamente desconocida y yo tenía que sujetar mi mochila contra mis piernas para que no se mojase mientras esperaba por fuera de una tienda. Me fijé en el rótulo; era una marca bastante cara. Nunca he entendido el gusto de los humanos por comprar la misma calidad a dos precios distintos. La lluvia estaba aumentando de cantidad y velocidad, lo cual me estaba poniendo nerviosa. No sería bueno que me convirtiese en sirena a trozos.

Deseé que no tardase mucho en salir, porque cuando el viento empezase a mover las gotas de agua tendría que entrar yo también. Saqué el móvil de nuevo para mirar la hora. Ya llevaba dentro media hora. Quince minutos más y entraría a por ella sin miramientos. ¿De veras podía pasar tanto tiempo mirando ropa? No entendía esa locura.

De repente, la lluvia dejó de caer, literalmente. Aparté ligeramente el paraguas y vi el agua como parada a mitad de camino entre las nubes y el suelo. Me atreví a tocar una, que se deshizo pero no mojó ni un milímetro de mi piel.

- Pero, ¿qué...? - susurré, confusa.

  Parecía que alguien hubiese congelado el tiempo, no se me ocurría nada más. Ni a nadie que pudiese hacerlo... O sí. Seguro que era ese odioso ángel. Tenía que ser él, me dije con voz cansina. Dejó de andar justo a mi lado, apoyándose en la misma pared que yo. Como si fuésemos dos niños pequeños, cambié de muro.  

-Aunque sé que no me lo vas a preguntar, sí, he parado yo el tiempo. Ni siquiera se pueden caer las plumas de las alas de un arcángel - se cruzó de brazos en actitud cómplice.

  Relajé los míos y metí los pulgares en los bolsillos de los vaqueros. Que se tomase las molestias que quisiera; no iba a servir para nada. Casi me dio pena.  

-Si eres el único que puede mover a parte de mí, es lógico que fueses tú - respondí, fría y seca.

  Aún quería negarme a hablar con él, rotundamente, pero quería demostrar que éramos distintos. Yo no tenía que darle la espalda.  

-¿Ni siquiera una parte de tu subconsciente? - preguntó, leyendo mi pensamiento por alguna razón.

-No tengo razones para mentirte - le dije de forma brusca, urgiéndole a irse.

-Menudo genio. Sólo venía a insistir en que lo siento, aunque no pueda explicarte el por qué.

-Si vienes a repetirte como un loro, no te molestes. Un "perdón" vacío no arregla diez años de dudas y sufrimiento - de nuevo soné como niña tonta y cabezota, pero no me importó que supiera el daño que me había hecho.

-Aunque no aceptes las disculpas, debes tener cuidado - de improviso estaba serio y muy rígido -. Estoy seguro de que no soy el único que te sigue las huellas, y te puedo garantizar que no todos serán tan corteses como yo.

-Si a eso lo llamas cortesía... - me imaginé a Taiga echándome la bronca por mi sarcasmo una vez más - Pero se agradece la advertencia. He tenido que aprender a cuidarme yo solita.

-Me da igual que me reproches mi partida. Debes tener cuidado.

-Ya nadie habla así - le espeté. Miré hacia la puerta acristalada de la tienda - ¿Te es demasiada molestia devolver el tiempo a la normalidad? Mi amiga querrá pasar algo más de tiempo conmigo, y no me apetece estar de mal humor por tu culpa.

Una Lágrima de Sangre en la OscuridadWhere stories live. Discover now