Loreley
Como cualquiera acostumbrado a repetirme, retomé mi típica rutina de fin de clases. Todas las mañanas desayunaba ligero, me pasaba la mañana fuera haciendo cualquier cosa, volvía a tiempo para hacer la comida, me duchaba y me marchaba de nuevo al trabajo. Perdí la noción del tiempo, así que cuando Taiga empezó también sus vacaciones lo agradecí bastante.
- Hace tiempo que no salimos a explorar la ciudad, ¿verdad? - dijo ella la mañana siguiente a estar de vacaciones.
Sin que pudiera darme cuenta, las dos estábamos fuera de casa y yo cargaba con un paragüas. La calle me era completamente desconocida y yo tenía que sujetar mi mochila contra mis piernas para que no se mojase mientras esperaba por fuera de una tienda. Me fijé en el rótulo; era una marca bastante cara. Nunca he entendido el gusto de los humanos por comprar la misma calidad a dos precios distintos. La lluvia estaba aumentando de cantidad y velocidad, lo cual me estaba poniendo nerviosa. No sería bueno que me convirtiese en sirena a trozos.
Deseé que no tardase mucho en salir, porque cuando el viento empezase a mover las gotas de agua tendría que entrar yo también. Saqué el móvil de nuevo para mirar la hora. Ya llevaba dentro media hora. Quince minutos más y entraría a por ella sin miramientos. ¿De veras podía pasar tanto tiempo mirando ropa? No entendía esa locura.
De repente, la lluvia dejó de caer, literalmente. Aparté ligeramente el paraguas y vi el agua como parada a mitad de camino entre las nubes y el suelo. Me atreví a tocar una, que se deshizo pero no mojó ni un milímetro de mi piel.
- Pero, ¿qué...? - susurré, confusa.
Parecía que alguien hubiese congelado el tiempo, no se me ocurría nada más. Ni a nadie que pudiese hacerlo... O sí. Seguro que era ese odioso ángel. Tenía que ser él, me dije con voz cansina. Dejó de andar justo a mi lado, apoyándose en la misma pared que yo. Como si fuésemos dos niños pequeños, cambié de muro.
-Aunque sé que no me lo vas a preguntar, sí, he parado yo el tiempo. Ni siquiera se pueden caer las plumas de las alas de un arcángel - se cruzó de brazos en actitud cómplice.
Relajé los míos y metí los pulgares en los bolsillos de los vaqueros. Que se tomase las molestias que quisiera; no iba a servir para nada. Casi me dio pena.
-Si eres el único que puede mover a parte de mí, es lógico que fueses tú - respondí, fría y seca.
Aún quería negarme a hablar con él, rotundamente, pero quería demostrar que éramos distintos. Yo no tenía que darle la espalda.
-¿Ni siquiera una parte de tu subconsciente? - preguntó, leyendo mi pensamiento por alguna razón.
-No tengo razones para mentirte - le dije de forma brusca, urgiéndole a irse.
-Menudo genio. Sólo venía a insistir en que lo siento, aunque no pueda explicarte el por qué.
-Si vienes a repetirte como un loro, no te molestes. Un "perdón" vacío no arregla diez años de dudas y sufrimiento - de nuevo soné como niña tonta y cabezota, pero no me importó que supiera el daño que me había hecho.
-Aunque no aceptes las disculpas, debes tener cuidado - de improviso estaba serio y muy rígido -. Estoy seguro de que no soy el único que te sigue las huellas, y te puedo garantizar que no todos serán tan corteses como yo.
-Si a eso lo llamas cortesía... - me imaginé a Taiga echándome la bronca por mi sarcasmo una vez más - Pero se agradece la advertencia. He tenido que aprender a cuidarme yo solita.
-Me da igual que me reproches mi partida. Debes tener cuidado.
-Ya nadie habla así - le espeté. Miré hacia la puerta acristalada de la tienda - ¿Te es demasiada molestia devolver el tiempo a la normalidad? Mi amiga querrá pasar algo más de tiempo conmigo, y no me apetece estar de mal humor por tu culpa.
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Una Lágrima de Sangre en la Oscuridad
FantasíaMuchas historias se unen en un mismo camino por razones que desconocemos, y otras están unidas desde antes de que sus protagonistas hubiesen llegado al mundo. Ese es el caso de un grupo de elegidas que tendrá que enfrentarse al mayor enemigo que han...